martes, 16 de septiembre de 2008

Tercera parte: Amigos






Lo último que me hubiera imaginado el día que tropezamos en la terminal del aeropuerto es que llegaríamos a ser amigos. De hecho, le había contado cosas que ni siquiera mi hermana sabía. Era la libertad de saber que era muy probable que no volviese a verle lo que me hacía hablar sin parar. Estabamos atravesando un curioso y pequeño pueblecito y decidimos parar para almorzar.
- ¿Tienes hambre?
- Mucha – contesté-, pero esto parece un pueblo fantasma.
- Todo el mundo está en el monte, junto a la iglesia –dijo una voz detrás de nosotros.- Hoy es el Día del Campo Santo.
- ¿No hay ningún sitio donde comer algo? –preguntó. – Estamos hambrientos.
- Ya se lo he dicho, en el monte. Hoy todo el mundo está allí. Yo mismo me dirijo allí en este momento, si quieren acompañarme.
No teníamos otro remedio, ya que no había un alma en el pueblo y estabamos deseando comer algo.
Tal y como nos había contado, todo el pueblo parecía estar allí. Junto a la iglesia había montada una enorme carpa blanca bajo la cual estaba la enorme mesa con la comida. Los ojos de Mario apenas si podían creer lo que veían.
- ¡Dios! –exclamó al verla.- ¡Fijate en eso!

Había una enorme mesa con todo tipo de deliciosos platos y mesas más pequeñas donde todo el mundo se detenía a comer y charlar. A unos cincuenta metros había también varias hileras de puestos, una especie de mercadillo con toda clase de artículos: fruta, ropa, zapatos, disfraces, antigüedades, juguetes,… Nos acercamos a dar una vuelta.
- Creí que ya nadie hacía estas cosas.
- Esto es una tradición aquí en Garden Cove. Una vez al año dejamos el pueblo prácticamente desierto y nos subimos al monte para compartir un día de convivencia.
Mario estaba echando una ojeada a los puestos mientras nuestro anfitrión hablaba. Paró en uno de ellos y compró una de esas cámaras desechables.
- ¡Dylan! –me llamó. Cuando me volví a mirar, ya había disparado la foto.
- ¿Qué haces?
- Un pequeño recuerdo de nuestra peregrinación.
- Si vas a hacerme una foto, podrías avisar para que, al menos, no salga con cara de loca, ¿no?
- Eso es imposible – dijo y, a continuación gritó: ¡Fresas!
En menos de cinco segundos había alcanzado el puesto y le pedía al dueño que le dejase probarlas antes de comprar.
- ¡Mira qué tomates! No se encuentran tomates así en Boston, ¿eh?
- Mario, deja de hablar como mi madre, por favor.
- La sangre italiana corre por mis venas y la comida es una parte importante de la cultura italiana, según palabras de mi abuelo Salvatore.
- ¡Vale, macarroni! Dame esa cámara para que inmortalice este momento patriotico-culinario.
- ¿Con los tomates?
- Así no los olvidarás.

Se suponía que solo nos quedaríamos a comer, pero se nos hizo de noche. Hacía una tarde estupenda y habían organizado competiciones deportivas: partidos de fútbol, carreras de sacos… Además estaba el vino. Un delicioso vino del que tome unas cinco copas. Mario debía ir por la octava. Te bebías ese liquidito color rojo y apenas notabas su efecto. Pero, al final de la tarde, los dos estabamos algo mareados. No habíamos perdido el norte, pero…
- ¡Quédense a pasar la noche! – nos ofreció el cura.- Les prepararé una de las habitaciones de la rectoría.
- Tendrán que ser dos –dije yo.
- Dos entonces –me contestó.- Y podremos cenar un poco de salmón al horno cocina por las manos de la señora Weeze.
-¡Oh! No sé si podría comer más –admití.- No me cabrá el vestido de novia.
- ¿Se casan? –preguntó. - ¡Felicidades!
- No, no, no…- negó Mario con la cabeza.- Ella se casa y no es conmigo.
- Mi futuro esposo espera impaciente mi llegada.
- Nos conocimos en el aeropuerto –aclaró Mario.
- Nuestro avión no salió a causa de la niebla y decidimos hacer el viaje por nuestra cuenta.
- ¿Vienen en coche desde Boston? Es un viaje muy largo.
- No lo sabe usted bien –repliqué -, pero ahora ya casi hemos llegado y pasado mañana, si nada lo impide, me convertiré en la esposa de Baxter.
- ¡Sí, el bueno de Baxter! – exclamó.- Gracias a Dios no ha escuchado tu alegato contra el matrimonio.
- He pasado una pequeña crisis –dije, mirando al cura -, pero afortunadamente tuve la paciencia y comprensión de Mario para ayudarme a superarlo.
- Así que se conocieron hace tan sólo una semana…
- Cinco días – puntualizó Mario.
- Nadie lo diría.

El cura nos preparó las habitaciones y nos fuimos a descansar. Estabamos absolutamente hechos polvo. Apenas llevaba un par de horas tumbada cuando alguien llamó a la puerta de mi habitación. Un pensamiento fugaz pasó por mi mente.
-¡Bórralo, bórralo, borralo! – me ordené.
Al abrir la puerta, esa idea desapareció como si nada. El cura estaba frente a mí.
- Sé que es tarde pero he preparado unas infusiones y algo de café descafeinado con pastas, por si le apetece bajar. A su compañero le cuesta trabajo conciliar el sueño.
Cuando bajé al salón, Mario ya estaba allí. Me senté a la mesa y el cura nos dejó solos unos minutos mientras lo preparaba todo.
- ¿Qué tal? – dije. Me sentía avergonzada por varias razones: por el pensamiento de hace treinta segundos, por estar en pijama delante de Mario, por dormir en la casa de un cura…
- He estado pensando… -comenzó.- Espero que no tengas problemas por este pequeño retraso. No teníamos previsto parar durante tanto tiempo.
- No te preocupes. Ha merecido la pena.
- Me he divertido mucho.
- Yo también –aclaré.- Durante todo el viaje, a pesar de las circunstancias.
- Aún no he cumplido mi promesa. Tienes que llegar a tiempo a tu boda.
- Apenas nos quedan unos kilómetros.

Nos levantamos temprano al día siguiente y tomamos un suculento desayuno. Dimos las gracias y nos pusimos en camino. Estuvimos gran parte del recorrido en silencio, como si ya nos lo hubiesemos dicho todo. En unas tres o cuatro horas estaría en casa y podría prepararme para el día más importante de mi vida.
- ¿Podrías quedarte a almorzar? –se me ocurrió de repente.
- No creo que sea buena idea. Además, tengo que llegarme al puerto y hablar con el práctico para averiguar lo de la salida. Si finalmente nos vamos, necesitaré tiempo para revisarlo todo.
- Si no zarpases, tienes una cita a la que acudir.
- No lo he olvidado –dijo.

Y cambiando de tema, me acercó un sobre.- ¡Mira esto!
- ¿Qué es?
- Las fotos del mercado.
Al verlas, no puede evitar reírme. Había sido un día genial. Creo que el mejor de toda nuestra aventura.
- ¿Cuándo las has revelado?
- Esta mañana bien temprano. ¡Elige una!
- Creo que no tengo dudas… Sólo hay dos tuyas y en una no se te ve la cara.
- Sí que se me ve –dije. Cogí la foto y se la enseñé.- ¿La del mercado? ¿Ese es el recuerdo que quieres tener de mí?
- Sí. ¿Y tú?
- Esta – dijo. Y cogió la peor de todas.
- ¡Estoy horrible en esa!
- Y yo estoy rodeado de tomates. Me gusta esa.

Estabamos al final del viaje. Nos dedicamos mutuamente las fotos. Acababamos de abandonar la autopista y entrabamos en la ciudad. En quince minutos, estaba en casa.
- Final del trayecto. Ha sido emocionante, ¿eh?
- Ya lo creo –dije, cuando aparcó frente a la entrada de mi casa. Nos quedamos allí sentados durante un rato.
- Quiero decirte algo.
- No lo hagas. No quiero llorar.
- Ha sido un placer conocerte y compartir estos días contigo. ¡Eres genial! En serio, lo eres.
- Espero verte mañana aquí.
- Sacamos las maletas.

Salimos a recoger las maletas. Abrimos el capó del coche y saqué todas mis cosas.
- ¿Lo tienes todo?
- Creo que sí –dije, mostrándole su foto.
- Espera un segundo…-volvió al coche y cogió algo.- Te olvidabas de Frank.
- ¡Qué cabeza! Espero que tengas buena “singladura”, ¿se dice así?
- Más o menos… Me marcho –dijo, tras darme un abrazo.
- Espera –dije- Tengo algo para ti.

Le dí un paquete pequeñito, casi ridículo, envuelto en papel de regalo. Al abrirlo y descubrir lo que era, sonrió.
- Una pulsera de la amistad.
Me dio las gracias y un beso y se fue. Ví el coche alejarse y sentí una sensación de vacío. Al cabo de treinta segundos, alguién gritó: ¡Dylan! ¡ Mamá, ha llegado Dylan! La sensación desapareció.
- Ya pensabamos que no llegabas –dijo mi hermana mientras me ayudaba a meter las maletas.
- Yo también lo pensé un par de veces.
- ¿Qué te ha pasado?
- ¡Uff! Si yo te contara…

Y entré en casa. Durante el resto del día tuve que dar mil y una explicaciones y se me pasó en un suspiro.
Por otro lado, Mario llegó al puerto y se reencontró con su tripulación.
- ¡Chico! Pensabamos irnos sin ti.
- ¿Zarpamos?
- Aún no está confirmado, pero todo parece indicar que sí.
- ¡Tanto mejor!

Subieron todas sus cosas a bordo y se sentaron a preparar la salida del barco. Mario estaba un poco descolocado.
- ¿Encontraste el libro? –preguntó Andrew, el segundo de a bordo.
- Sí – dijo, sacándolo de la mochila y colocándolo sobre la mesa.
- ¿Y qué tal? – siguió Katy, la madre de Stella.
- Bien. Creo que nos servirá.
Andrew se puso a echar un vistazo al libro mientras los demás charlaban. De repente, de entre las hojas, saltó una foto.
- ¿Quién es esta chica? –preguntó Andrew. Los demás guardaron silencio enseguida, esperando una respuesta.
- Dylan. Compartimos el viaje de vuelta.
- ¡Vaya, vaya! Así que Dylan, ¿eh? Ahora entiendo el retraso.
- No sigas por ahí. No hay nada. Es más, se casa mañana. Podemos continuar, por favor.

Al llegar la noche, mi hermana Carol me ayudaba a deshacer la maleta.
- Cuando terminemos aquí, me ayudarás a probarme el traje, por favor.
- ¿Ahora? –preguntó.
- Sí. Ahora. Necesito verme con el puesto.
- ¿Qué te pasa?
- Nada. No quiero sorpresas mañana.
- ¿Seguro que es sólo eso?
- Sí.

A bordo del Stella Maris, Andrew había ido a buscar a Mario. Sabía que tenía algun problema. Entró en su camarote.
- ¿Me lo cuentas? –dijo.
- Me ha invitado a su boda y creo que no… -se interrumpió.- ¿Es posible echar de menos a alguien que has conocido hace sólo siete días?
- No lo sé. Dímelo tú.
- Sí –dijo en voz muy baja.
- Es guapa –comentó, tratando de quitarle importancia.
- Es más que eso.
- Ya me imagino –se levantó, le dio una palmada en la espalda y se dirigió hacia la puerta – Zarpamos a las nueve, capitán.

Carol me ayudó con el vestido. Me estaba perfecto. Me coloqué delante del espejo. No sólo no había engordado, sino que había perdido algun que otro kilo. Tal vez eso fuese otra de mis señales…Pero entonces volví la vista y ví algo que… Sobre la silla, oculta por una enorme manta, ví asomar la manga de una chaqueta. Su chaqueta. Me acerqué y la cogí.
- ¡Mierda! –exclamé. Me senté de golpe en la cama con la chaqueta entre mis manos.- Esto no tenía que ser así.
- ¿A qué te refieres?
- Nada. Dejalo… Lo mejor es no darle más vueltas. Me olvidaré de esto. Es sólo qué…
- Si vas a llorar, será mejor que te quites el vestido.
Me ayudó a desvestirme. Cuando me puse más cómoda, nos sentamos en la cama y sabía perfectamente lo que se acercaba.
- Estás preocupada por algo y no me lo quieres contar. ¿Ha pasado algo entre vosotros?
- ¿Nosotros? –repetí, pensando que se refería a Mario.
- Baxter y tú… ¿A quién creías que… - de repente, se interrumpió.- ¿Quién es?
- ¿Quién es quién?
- El que te está haciendo dudar tras siete años.
- No me ha hecho dudar. Quería perder ese avión.
- Luego entonces, hay alguién.
- ¡No es por eso por lo que…! –dije- Es cierto que me ha hecho estar más consciente de mis dudas y… ¿Nunca te has preguntado cómo Baxter y yo acabamos juntos?
- Muchas veces – admitió -, pero así es el amor, ¿no?
- Al principio, todo era diferente. Parecíamos querer las mismas cosas, pero ahora… No sé.
- ¿No le quieres?
- Claro que le quiero. Baxter es una buena persona, quizás la mejor que pude encontrar.
- Esa no es una razón para el matrimonio.
- Lo sé.
- Dylan, cariño, tal vez pienses que estoy loca, pero creo que no deberías dar este paso si no estás del todo segura de que es lo que quieres.
- ¿Y si sólo es un capricho, Carol?
- Nunca has sido caprichosa… Cielo, si sólo ver su chaqueta te hace llorar, yo me lo pensaría.
A la mañana siguiente había un sol espléndido. En el puerto, el Stella Maris se preparaba para zarpar. Mario estaba sentado en cubierta, esperando a que terminaran de embarcar el equipo y controlando que llegase entero. Andrew se acercó a él.
- ¡Buenos días, mon capitan! ¿Qué tal has dormido?
- ¿Qué te hace pensar que lo hice? –dijo, echando una mirada-. El cielo está despejado y sin nubes. Parece que hará buen día.
- Perfecto para una boda.
- Andrew, no quiero hablar de eso.
- ¿Por qué no? Sé que no tienes por qué hacerme caso, pero deberías ir a esa boda. Si no la ves casarse, no podrás cerrar capitulo. Cuando ese tipo le ponga el anillo en el dedo, ya no habrá nada que hacer.
- Es que me da miedo estar allí. Tal vez haga una tontería.
- Tal vez. O tal vez seas lo suficientemente adulto para aceptar que ella lo ha elegido a él…En serio, tío, si quieres superar esto, ve a ver cómo la pierdes para siempre.
- No puedes perder lo que nunca has tenido.
- Sabes lo que quiero decir.

En casa todo el mundo estaba muy nervioso. Yo también, pero mis motivos eran diferentes. Antes de echar a rodar una boda, tenía que estar segura de lo que sentía Baxter. Lo llamé por teléfono.
- Cariño, ¿qué tal lo llevas?
- ¿Podemos vernos?
- Nos veremos esta tarde a las seis, ¿recuerdas?
- Hablo en serio. Necesito preguntarte algo.
- ¿Pasa algo?
- Baxter, por favor, quiero verte.
- En el Central en un hora.
Necesitaba hablar con él porque yo lo quería. Era una persona muy importante en mi vida y había sido mi primer amor. Tenía que saber si sería el último.
- ¿Tu me quieres? – le solté tan pronto llegó.
- Cariño, me caso contigo esta tarde. ¿Crees que es necesario que me lo preguntes?
- Ya no es como antes…
- Lo sé. Sé que estos últimos días han sido una locura para ti y yo no he estado muy fino, pero…
- No es por eso. Es que tu y yo somos personas diferentes ahora.
- Y nuestra relación también lo es, pero es normal. Todas las personas cambian, maduran y sus relaciones también lo hacen con ellos.
- Todo eso está muy bien, pero Baxter mi pregunta es: ¿Nos están separando esas diferencias?
- No lo sé, cielo. Yo sé que te quiero y que quiero casarme contigo, si tu aún quieres.
- Si alguna vez dudases, si no estuvieses seguro, me lo dirías, ¿verdad?
- Claro. Aunque tuviera que hacerlo cinco segundos antes del sí quiero.

Quería seguir adelante. Y yo también. Ahora que él parecía tan seguro, dudarlo me pareció una tontería. Mi padre estaba en la cocina, tratando de comer algo. Mi hermana me esperaba para ayudarme a vestirme. Entré en la cocina y todos respiraron aliviados.
-¡Dios Santo! –exclamó mi madre- ¿Sabes qué hora es?
- Las cuatro –contesté.
- No estaba preguntando. ¿Dónde has estado?
- Con Baxter.
- ¡Vas a matarme! –volvió a exclamar.- ¡Esta boda va a acabar conmigo!

Mi padre iba a aprovechar la ocasión para dar un picotazo a la carne, pero mi madre fue más rápida y le dio un manotazo, gritando:
- ¡Tu mantente alejado de todo lo que no sea lechuga hasta después de la boda!
-¡Estoy desfallecido! –se quejó.
- No me importa. Prefiero que te mueras de hambre antes que volver a pasar por lo de la última vez.
- Lo dices como si lo hubiese hecho adrede.
- Se acabó. Tu no probarás bocado hasta después de la boda –sentenció, y a continuación, se giró hacia mí y me ordenó.- Y tú, ¿a qué esperas? ¡Sube a vestirte!

Carol me acompañó. Me estaba peinando y me miraba a través del espejo. Sabía lo que quería preguntarme, pero ignoraba cuánto tardaría en hacerlo. Trataba de no hacerme daño, de no confundirme…
- Sé que no debería hacer esto, pero… ¿Estás segura, Dylan? Anoche parecías muy confundida.
- Lo estaba.
- ¿Significa eso que ahora ya no?
- Significa que, aunque tengo dudas, creo estar preparada para dar este paso.
- Me alegra oír eso.
- Tengo ojeras, ¿verdad? –dije, tratando de cambiar de conversación.
- No te preocupes –me dijo sonriendo.- Tan pronto termine contigo, parecerás otra.
- No me cambies demasiado, no vaya a ser que Baxter no me reconozca.
- A mamá le hubiera dado un ataque si llegas a suspender la boda.
- Prefiero no pensar en ello –dije. Ambas nos reímos ante la ocurrencia.

Me preguntaba, no sin dejar de temblar, si finalmente Mario aparecería. De todas formas, no sería probable. Hacía buen día y la mar estaba en calma.

En el puerto, Andrew terminaba de repasar los víveres y el equipamiento antes de zarpar. Mario, a su lado, no dejaba consultar el reloj.
- ¡Vete ya, ¿quieres?! – le espetó.- Me estás poniendo nervioso.
- No voy a ir.
- ¿Por eso llevas mirando el reloj cada cinco minutos desde que dieron las cuatro?
- No puedo ir.
- ¿Qué te lo impide?
- Soy el capitán. No puedo abandonar el barco.
Aquello sonaba a excusa y él lo sabía perfectamente. Andrew perdió la paciencia.
- ¡Serás gilipollas! Soy capaz de llevar este barco con los ojos cerrados – le gritó-, y tú lo sabes. Te recogeremos en Pensie mañana.
-Pero no hacemos parada en Pensie –dijo, consultando la ruta. Andrew cogió la hoja de ruta y garabateó “Pensie” sobre ella.
- Ahora sí –dijo casi en una mueca nerviosa.- Oportunamente olvidaré echar al correo estos informes y tendremos que hacer una parada no prevista en el puerto más cercano. ¿Adivinas cuál es? –concluyó en tono jocoso.
- ¿Pensie? –dudó Mario.
- ¡Ring, ring, ring! –gritó.- ¡Premio para el caballero!
- ¿Y qué he ganado?
- Un smoking y zapatos a juego.
- ¿Qué hora es?
- Las seis menos veinte.
- Ya no llego –dijo, tratando de volverse atrás.
- Si te das prisa, podrás verla salir del brazo de su nuevo marido.

¡Dios, qué nerviosa estaba! Mi hermana Sabine, la mayor, y sus hijos estaban preparados para salir. Mi madre y mi otra hermana ya iban camino de la iglesia. Carol se había quedado conmigo para cuidar que todo estuviese perfecto en el momento de mi entrada.
- Me faltan los pendientes, Carol –grité, casi histérica.- No puedo casarme sin los pendientes.
- ¿Dónde están?
- No lo sé –seguí gritando.- Mamá me matará si pierdo los pendientes de tía Agatha.
- No se han perdido, Dylan. Deja de alucinar y piensa.
- ¡Me advirtió que tuviese cuidado!

Mi hermana llegó a la conclusión de que yo no estaba para pensar en ese momento, así que empezó a dar vueltas por la habitación intentando averiguar dónde estaban los malditos pendientes. Minutos más tarde, mi padre apareció tras la puerta.
- El coche viene en camino, cariño –informó.- Quince minutos.
- ¡Oh, Dios mío! ¡Estoy muerta!
- ¿Qué pasa? –preguntó mi padre.
- ¡Nada! –le gritamos a coro. Papá desapareció tras la puerta de nuevo. Me entraron ganas de llorar. Ultimamente no hacía otra cosa.
- Cariño, cariño –decía mi hermana, consolandome-, no llores. He encontrado los pendientes. Estaban en tu neceser, junto con esto, pero… Temo preguntar quién es – me dijo con la foto de Mario en la mano.- ¿Es el chico, tu chófer?
Me enseñó la foto que Mario me había dado como recuerdo y su sola visión me hizo sentir una especie de punzada cerca del corazón.
- Sí –contesté.
- No me extraña que te haga dudar. Si soy yo, no se escapa vivo.
- No me ayudas – le recordé.
- Lo siento –se disculpó mientras miraba la foto.- Es mono.
- Le he invitado a la boda.
- ¿Qué? –exclamó- ¡Estás loca! ¿Por qué… ¿Por qué lo has hecho?
- No lo sé… Ni siquiera estoy segura de que vaya a venir.
- Si lo hace –me dijo-, ¿te importa que me lo quede?
-¡No! –grité.- No puedo volverlo a ver.
- ¡Sólo bromeaba, Dylan!
- No es muy normal estar hablando de otro hombre el día de tu boda, ¿verdad?
- No soy una experta –aclaró-, pero creo que no. No tienes por qué seguir adelante.
- Baxter me espera y, por lo que se de Mario, debe estar surcando el Atlántico en estos momentos.

Me lo imaginé a bordo de su barco, trabajando y conmigo lejos de su pensamiento. Mi padre entró en la habitación.
- Chicas, el coche ha llegado.
- Es la hora –dije.
- Aún estás a tiempo –me recordó mi hermana.
- No. Mi tiempo se acabó.

Llegamos a la puerta de la iglesia y lo supe. Ya no había marcha atrás. Avancé por el pasillo, camino del altar, e intentaba no mirar a los lados para que no me entrase el pánico al ver tantas caras desconocidas. Tenía la vista fija en Baxter y me agarraba con fuerza al brazo de mi padre, tan fuerte que el pobre se vió obligado a avisarme.
- Cariño, ¿estás bien? –dijo, entre dientes, sin dejar de sonreír.
- Sí. ¿Por qué?
- Porque ya no siento el brazo.
Cuando llegamos al altar, suspiró aliviado. Como un preso al que liberan tras una larga condena.
- Si no puedes -me dijo en un susurro al besarme -, no pasa nada, cariño.
- Díselo a mamá –dije mirando como mi madre lloraba y reía a la vez.

La ceremonia comenzó. En el puerto, el Stella Maris estaba a punto de soltar amarras, rumbo a tierras lejanas.
Todo hubiese terminado aquí…. Si no fuese porque, llegado el momento crucial de la celebración, alguien dijo no. Y contra todo pronóstico, no fui yo.
- No puedo hacerlo –me dijo Baxter en voz baja, tras su primer no a la pregunta del cura.- ¿Podemos hablar un segundito a solas?

Nos apartamos ante la atónita mirada de la concurrencia.
- No puedo hacerlo –me repitió.- Sé que dije que quería, pero… Después de que hablaramos, empecé a darle vueltas y me dí cuenta de que me estaba engañando. Te quiero, Dylan, y te querré siempre, pero…-dijo, haciendo una pausa un tanto dramática- No estoy enamorado de ti. Ya no.

Respiré aliviada. Durante cinco segundos sentí unas ganas terribles de llorar porque sabía que algo muy importante en mi vida llegaba a su fin, pero… Enseguida me dí cuenta de que era lo que ambos queríamos y que todo estaba mejor así.
- ¿Estás bien? –me preguntó, preocupado por el impacto que su declaración, repentina y a destiempo, pudiese causar.
- ¿Por qué no me lo dijiste antes?
- No sé. Supongo que es esta maldita manía de hacer siempre lo adecuado. Me dí cuenta de que, si de verdad te quería, tenía que decírtelo. No podía estropear nuestras vidas para siempre y que, tras unos años de matrimonio, todo acabara y tu me odiases. No soportaría que me odiases.
- Yo tampoco –admití.- Por eso quise llegar hasta el final.
Me cogió la mano y la besó.
-Supongo que debería devolverte esto –dije, tratando de quitarme el anillo de pedida.
- No –me detuvó.- Quédatelo. Como recuerdo de todos estos años.
- ¿Qué hacemos? –pregunté.
- Mi madre no se va a recuperar de ésta.

Salimos de nuestro escondite y anunciamos que ya no había boda, pero que todavía teníamos algo que celebrar… Mi madre cayó redonda. Le pedí a mi hermana que me diese el regalo sorpresa que había preparado para Baxter y se lo dí.
- ¿Dos pasajes a la India? –dijo, al abrirlo.
- Como tu novela favorita de Kipling. Era nuestra luna de miel.
- Dijiste que nos íbamos a Hawaii.
- Mentí. Seguro que tu hermano Archie te acompañará encantado.
- Gracias.

Mi hermana se acercó a mí y me tomó del brazo. Me miró sonriendo y dijo:
- ¿Qué hacemos con esto? –se refería a la foto de Mario.
- Ya habrá zarpado.
- ¿Qué pierdes con probar?
- Pensará que estoy loca.
- Tal vez.
- ¿Qué voy a decir?
- Piénsalo en el camino –dijo, mientras nos dirigiamos hacia la puerta.- Hay un taxi esperando.
- ¡Esto es una locura! ¡Ni siquiera sé lo qué siente!
- Por eso tienes que preguntárselo antes de que se marche.

Salímos corriendo y me ayudó a meterme con el vestido en el coche. La cara del taxista lo decía todo.
- Al puerto –ordené.
- ¿Cree que llegará a tiempo?
- Voy vestida de novia, lo sé… Así que ahorremos tiempo. Le daré una propina de veinte dólares si me lleva al puerto lo más rápido posible y se ahorra los chistes y comentarios.

Creo que entendió perfectamente lo que quería, porque apenas diez minutos más tarde entraba en el muelle. La cara del guardia fue muy significativa, también.
- ¿Stella Maris? –pregunté.
- Muelle 12, pero… acaba de zarpar.
Esto último no lo oí. Salí corriendo ante la atónita mirada del guardia que avisaba a su compañero que una loca vestida de novia se acercaba al muelle doce.
- ¿Has bebido? –le preguntó su compañero.
- No. Chica vestida de novia. Muelle 12. Stella Maris. Échale un vistazo, no vaya a ser que se lance al mar.

Me vió llegar corriendo y supo que su compañero no alucinaba. Consideré la idea y arrojarme y alcanzar a nado el barco, pero el vestido no era el más adecuado.
-¡No! ¡No! –grité con frustración un millón de veces.- ¡Mierda! ¡Joder!
Me acerqué más al borde y el guardia debió pensar que iba a tirarme porque corrió a sujetarme.
- ¡Vuelve aquí! ¡Maldita sea! –seguí gritando, sin saber si quiera quien me agarraba. El guarda me alejó del borde y tuve que prometerle que no iba a suicidarme para que aceptara soltarme. Sin embargo, volví a salir corriendo y me acerqué al filo gritando Mario sin descansar hasta que la garganta se me secó. No me importaba saber que ya no podía escucharme.
- ¡Cálmese, señorita! El barco ya ha zarpado.
- Mario –dije por última vez antes de perder la voz por el llanto.
- ¿Dylan? – contestó una voz tras de mí.
- ¿Conoce a esta señorita? –dijo, al tiempo que nos dabamos la vuelta.
- Soy Mario –dijo.
- No sabe cómo me alegro de conocerle –me acercó hasta él.- ¡Toda suya!

Se marchó. El guarda desapareció, entendiendo que allí ya estaba de más. Lo miré durante unos segundos para asegurarme de que era él. Iba vestido de smoking y llevaba la pajarita sin anudar sobre el cuello.
- ¿Qué haces aquí? –me preguntó un tanto afectado.
- ¡No te has ido! – fue lo único que acerté a decir antes de empezar a llorar.
- ¿Qué estás haciendo aquí? –volvió a preguntar.
- No lo sé. Tu barco se ha ido –informé, como si creyese que él no se había dado cuenta.
- Me recogen en el puerto de Pensie en unas horas. Tenía que saber si finalmente lo harías… antes de intentar olvidarme de tí –dijo con la voz un tanto afectada al terminar la frase.
- Puede que no tengas que hacerlo… -dije.- Yo no…
- ¡SSSh! – dijo impidiéndome hablar.- No podemos perder el tiempo. Me voy a Pensie mañana.

Fue justo como yo había pensado que sería. Ahora que lo había encontrado no iba a dejarlo escapar.
- Me voy a Pensie contigo.
_ ¿Ahora? –dijo mirándome de arriba abajo- ¡Vas vestida de novia!
- ¡Y tu llevas smoking! –exclamé.- ¿O es que no quieres que vaya?
- Ni siquiera sabes a dónde nos dirijimos.
- ¿Estarás tú? –pregunté, resultando obvia la respuesta.
- Claro.
- Con eso me basta. Yo no necesito nada más. Además, puedo limpiar o ayudar en la cocina… Tú no lo sabes , pero soy una excelente cocinera…No me importa lo que tenga que hacer, pero no quiero separarme de ti –concluí.
- ¡Nos vamos a Pensie!

Alquilamos un coche, otra vez. Y nos pusimos en la carretera, otra vez… Imagínense la escena: una novia y una especie de pingüino metidos en un mini, el único coche disponible y el más caro… Teníamos que llegar a Pensie a primera hora de la mañana. Me dejó el móvil para llamar a mi familia. Habla con Carol.
- Me voy con él, Carol.
- ¿Bromeas? –dijo mi hermana.- ¿Sin pasar por casa?
- No hay tiempo. Tenemos que estar en Pensie antes de las ocho.
- ¿Vestida de novia? –exclamó tan fuerte que Mario rió al escucharla - ¿A dónde vais?
- Australia – contestó Mario sin necesidad de que yo le preguntase.
- ¿En serio? –dije yo, sabiendo que de verdad no tenía ni idea de dónde ibamos.
- Ya lo creo.
-¡Australia! –exclamé, dejando escapar una risa nerviosa.
- Antes pararemos a comprarte algo de ropa. No puedes estar todo el tiempo así en el barco. Asustarás a los delfínes.
- ¡Esa es una buena idea! –confirmó mi hermana.- Pásamelo.
- Quiere que te pongas.

Paró el coche y se puso al telefono. Durante un minuto tení que Carol le cantase las cuarenta, como hizo con Baxter años atrás. Sólo dijo un par de cosas.
- Cuída de mi hermana. Es una buena chica –dijo. – Y no tardes mucho en venir por aquí.
Llegamos a Pensie a las seis y media y nos sentamos a desayunar en un bar del puerto, esperando la llegada del Stella Maris. Seguía provocando la misma reacción en todo el personal (y eso que ya no llevaba el velo) . Pero eso no fue nada comparado con la cara de los compañeros de Mario.
-¡Vaya, vaya! –exclamó Andrew.- Creo que tendremos que volver a repasar el concepto de “cerrar capítulo”. No sé si lo entendiste bien.
- ¿Hay sitio a bordo para una más? –preguntó Mario.
- Tú eres el capitán –dijo, tendiendo la mano para ayudarme a subir- Señorita, Andrew Coggins, segundo de a bordo a su servicio. Bienvenida al Stella Maris.
- Creo que tendremos que renovar tu vestuario –anunció Alexandra Powell, la bióloga y madre de la pequeña Stella.- Ven, tengo algunas cosas que pueden servirte.
Yo seguí a Alexandra y Mario se quedó charlando en cubierta con Andrew.
- No puedo creer que lo hicieras –dijo éste sin ocultar la sorpresa en su voz.
- Yo no hice nada –informó.- Ni siquiera llegué a salir del puerto. Tuve miedo.
- ¿Entonces?
- Vino a buscarme al muelle poco después de que el barco zarpara. La encontré allí mientras gritaba mi nombre y maldecía al guardia naval que la retenía.
- ¿Quién lo diría? ¡Con esa cara y ese carácter!
- La quiero. Hemos pasado siete días juntos y me han bastado para volverme loco por ella.
- Ya lo veo. Nunca antes habías traido a tus chicas a bordo.
- Ella es La chica.

Con ropa más cómoda, una tarea que realizar y una “nueva familia”, pusimos finalmente rumbo a Australia. Aprendí muchas cosas durante aquel viaje, que fue el primero de muchos, y conseguí un bronceado perfecto.
Tres meses después volvía a casa completamente transformada y convertida en la Señora 9F, la esposa de Mario Bertinelli. Mi madre nunca me perdonará que me casara sin permitirle organizar el gran evento del siglo, pero despues de experimentarlo una vez, me prometí a mí misma no volverlo a repetir.
La única persona que asisitió a mi enlace, vía telefonica, fue Carol. Y lloró sin parar al escuchar la voz de Frank Sinatra entonando “I’ve got you under my skin”.

Segunda Parte: Conocidos

A la mañana siguiente, el bueno de Joe nos había arreglado el coche. Les dimos las gracias a todos y nos pusimos en marcha.
- Son unos tipos simpáticos, ¿verdad?
- Sí que lo son – admití.
- Con un poco de suerte y si la lluvia no arrecia, podremos llegar a Belleview antes de que anochezca.
- Si estás cansado, yo podría conducir un rato –ofrecí.- Estas carreteras están prácticamente desiertas.
- No, gracias. No me gustaría que tu futuro marido tuviera que recogerte en la cárcel.
- Ha pasado por cosas peores, creeme. Ya está curado de espantos conmigo.
- No pareces el tipo de chica que se mete en líos –me dijo, sin apartar la vista de la carretera.
- Precisamente por eso me ocurre.

Encendimos la radio y me sorprendió, mejor dicho, nos sorprendimos cuando al escuchar las canción los dos gritamos: ¡Sinatra!
- ¿Te has fijado como todos los italianos sienten adoración por Sinatra?
- ¿Y quién no? Mi madre tiene sangre italiana y Sinatra era su dios. Siempre me dijo que se casó con mi padre porque le recordaba a él.
- Por eso te llamas Mario, un nombre muy italiano y poco corriente por aquí.
- Dylan tampoco es muy corriente para una chica.
- Soy un error genético –dije en tono de burla.- Tengo tres hermanas y se suponía que yo era el último intento, que sería el machote de la casa, pero resultó que no… Mi padre nunca logró superarlo así que, para compensar, me convertí en el hijo que nunca tuvo.
- Eso implica un nombre de chico…
-… Y partidos de beisbol y formar parte del equipo escolar de baloncesto. Una vez, mi entrenador me hizo cortar el pelo a lo chico para jugar una final. Los jueces nunca llegaron a enterarse.
- Pues, no tienes aspecto de chico ahora…
- ¿Y tú? –dije, tratando de no ponerme nerviosa. No sabía muy bien si eso era sólo un cumplido.- ¿Cuál es tu secreto?
- Sinatra, ya lo sabes. Mi madre me hacía cantar las canciones del Gran Frank para que aprendiese a pronunciar bien.
- ¿Cuál es tu favorita?
- I’ve got you under my skin.
- ¡Adoro esa canción! – respondí sorprendida.- I tried so not to give in, I said…
Y comencé a cantar. Al rato, se me unió. I’d sacrifice anyting come what might for the sake of having you in spite of a warning comes in the night and repeats, repeats in my ear…Aquí cantabamos a pleno pulmón: Don’t you know, you fool, you never can win, use your mentality, wake up to reality… Desde entonces, hasta que paramos para comer, sembramos el camino de todos los grandes éxitos de La voz.
En el restaurante de carreteras donde almorzamos, ya no teníamos conversación. Estabamos hambrientos y la sesión de karaoke nos había dejado seca la garganta. Nos mirabamos, pero nadie hablaba.
- ¿Te cuento algo curioso?
- Por favor – me dijo con una sonrisa.
- Yo nunca he estado segura de que fuese cierto, pero por mi casa corre el rumor de que mi padre se declaró a mi madre cantando una canción de Sinatra.
- ¿Bromeas?
- Fly me to the moon, bajo su ventana una noche de lluvia y con mis tios tocando.
-¡Vaya par que estamos hechos!
- Cuando conocí a Baxter –continué-, me alegre de que tuviese una familia tan normal.
- ¿Y ahora ya no?
- No lo sé… Estoy temiendo el día de la boda; con todos mis parientes, que parecen venidos de Marte y los suyos, que parecen sacados de una familia inglesa de rancio abolengo.
- Lo importante ese día sois vosotros –trató de animarme.
- No. Te equivocas – dije. – Lo importante ese día es que mi padre no coma burritos, enchiladas ni nada que se le parezca.
- ¿Disculpa? – me dijo con cara de no entender nada.
- Ya suspendimos la boda una vez porque mi padre tuvo un problema gástrico. La noche anterior a la ceremonia se fue con mi madre a celebrarlo a un méxicano y… -me interrumpí sin terminar la frase.- Afortunadamente, Baxter no se lo tomó a mal y pudimos retrasarlo sin problemas.
- ¿Por qué iba a tomárselo a mal? No fue culpa tuya y no puedes casarte sin tu padre, ¿no?
- Ya. Pero es que Baxter y mi padre tienen un largo historial de incompatibilidades.

Mientras volviamos al coche, me dí cuenta de que apenas sabía nada de él. Desde que salimos del restaurante, habíamos estado hablando de mí. Casi me estaba quedando dormida y no quería porque él debía estar tan cansado como yo…
- ¿A qué te dedicas? –pregunté.
- Soy capitán de barco.
- ¡Sí, claro! –me burlé, pensando que bromeaba.- Hablo en serio.
- Yo también – replicó, para mi sorpresa.- Soy capitán del Stella Maris, un barco de investigación.
- ¿En serio? –repetí, sin llegar a creerle. Su cara me confirmó que no bromeaba.- Algo así como Cousteau y el Calypso…
- Sí, pero yo soy más guapo, ¿no? – bromeó.
- No sabría yo qué decirte… ¿A qué vas a Maryland?
- Mi barco está anclado allí y teníamos previsto zarpar el próximo sábado pero, con este tiempo, dudo que nos dejen salir.
- ¿Tienes tripulación y todo eso?
- Claro… ¿Crees que llevo yo solo el barco? Hay quince personas a bordo, diez chicos y cinco chicas.
- Creí que no es signo de buena suerte tener mujeres a bordo.
- Somos científicos, no piratas – se rió.
- Perdona, pero es la primera vez que conozco en persona a un capitán de barco que no sea el de Vacaciones en el mar.
- Nosotros no sólo las tenemos a bordo, sino que vimos nacer a una.
- ¿Y qué tal es? – seguí.
- Es una monada de bebé. Se llama Stella.
- Hablaba de tu trabajo. Debe ser muy interesante, ¿no?
- En ocasiones- dije.- Creo que no podría dedicarme a otra cosa.
- ¿Y cómo llegaste a ser capitán? – de repente, me dí cuenta que estaba haciendo demasiadas preguntas y me disculpé.- Lo siento, tal vez no quieras…
- ¡No! – me interrrumpió.- Creo que es la primera vez que alguien no se duerme al oír hablar de mi trabajo.
- No te creo.
- Deberías. A la gente no suele gustarle este tipo de vida.
- Pero a tí sí.
- El mar ha formado parte de mi vida desde que puedo recordar –dijo.- No sé si sabría vivir sin él.

Encontramos un hotel donde quedarnos. Estabamos en Rising Canyon. Me sentí un tanto triste de que esa conversación fuese a terminar así porque me gustaba oírle hablar. Se notaba que realmente disfrutaba de su trabajo.
Aquella noche, nos fuimos a dormir temprano.

Era nuestro cuarto día de viaje y habíamos quedado en el comedor del hotel para desayunar. Cuando yo llegué, él ya tenía delante un amplio abanico de manjares llamados a ser su sustento matinal. Yo aún estaba medio dormida, pero algo me llamó la atención en él. No sabía muy bien qué era y no podía concentrarme en el desayuno sin descubrirlo. Él comía sin apenas levantar la mirada, yo tomaba mi café tratando de resolver el misterio.
- ¡Te has afeitado! –dije, levantando la voz más de lo necesario y ganándome con ello la atención de toda la sala.
- ¿Crees que es realmente necesario anunciarlo a los cuatro vientos? –dijo, sonriendo.
- Lo siento.
- ¿Lista para salir?
- Lista.
Eran las siete y media de la mañana y nos habíamos hecho un montón de kilómetros en pocos días. A pesar de las horas de sueño, estaba cansada. Luchaba por no cerrar los ojos y, por ahora, conseguía mantenerlos a raya, aunque no sin muchos esfuerzos.
- Duerme un rato, si quieres - me dijo.
- Estoy bien.

Mientras trataba de vencer al sueño, pensé que sólo llevabamos cuatro días de viaje y Mario ya sabía de mí más que muchos amigos o compañeros de trabajo. Era esperanzador descubrir que se pueden hacer amigos después de los veintimuchos.
Eché una cabezada involuntaria y tuve una pesadilla horrible, en la que Baxter me dejaba plantada en el altar. Afortunadamente, mi móvil sonó.
- Cariño –dije, con voz adormilada.
- ¿Qué tal lo llevas?
- Bien. Acabas de despertarme.
- Te la debía – se rió.- Te echo de menos. ¿Tardarás mucho?
- No lo sé. Estamos en… Espera un segundo.
- Llegando a Littlefield –me informó Mario.
- Littlefield –repetí al teléfono- y el tiempo está raro. Chispea y hace bastante viento. No sé si podremos avanzar mucho más.
- ¿De quién era esa voz? –dijo, y yo supe lo que se avecinaba.
- Es mi compañero de viaje.
- ¿Es un hombre?
- Sí – dije, rogando porque Mario no lo estuviese escuchando, aunque el tono de voz de Baxter no era precisamente discreto.
- Es curioso que no mencionaras ese detalle la última vez que hablamos.
- Ahora no, por favor.

Pero fue ahora sí. El principio de una discusión que yo terminé con un categórico: ¡Gillipollas! Estuve en silencio un rato y después me eché a llorar. No quería, pero tampoco podía evitarlo. Mario paró el coche en el arcén y me preguntó si estaba bien.
- No te preocupes. Se me pasará. Esto es siempre así. No puedo ni pestañear sin que crea que algun tipo se va a abalanzar sobre mí.
- Lamento haberte causado problemas.
- ¡Oh, por Dios, no! ¡No digas eso! –dije, más enfadada aún con Baxter por hacerlo sentir culpable- Si no fuese por ti, aún estaría en ese maldito aeropuerto.
- Si lo miras por el lado positivo, lo hace porque te quiere.
- Cuando se comporta así, lo dudo. Llevamos siete años juntos, ¿cuándo va a aprender a confiar en mí?
- ¡Siete años! –exclamó muy sorprendido.- ¡Guau!
- ¡Sí! ¡Guau! Arranca y vamonos para que pueda ponerle un ojo morado antes de la boda.
- ¡No te lo tomes así! Yo también sentiría celos si mi chica viajase con un desconocido durante varios días.

A Dios gracias, reanudamos la marcha porque no sé si hubiese sido capaz de seguir sin llorar.
Cuando paramos a echar gasolina, volví a llamar a casa para hablar con Baxter. Estaba en aquella cabina y sabía perfectamente lo que iba a decirle, pero cuando oyó mi voz, ni siquiera me dejó hablar.
- Lo siento, cielo. Lo siento mucho. No pretendía… Es que a veces me cuesta no… Lamento haberme comportado como un idiota. Sé que estás haciendo todo lo posible por llegar y que no te ayudo mucho, pero…
Quince minutos después, se me había olvidado todo. Mario tocó el claxón y me hizo una señal.
- ¿Qué? ¿Ya nos hemos arreglado?
- Sí. Ya te dije que pasaría.
- Me alegro. ¿Nos vamos?

Seguimos adelante durante un par de horas más. Aunque me había calmado y las cosas con Baxter marchaban bien, aún me sentía avergonzada. Por eso me alegré de que él tuviese algo que contar.
- En la gasolinera me han aconsejado que paremos en Moses Run. Es el único que tiene un hotel digno de ser llamado así y creo que va a empezar a llover de un momento a otro. ¿Qué me dices?
- Lo que hagas, estará bien.
- Agradezco la confianza – me dijo-, pero… ¿te pasa algo?
- No. Nada importante.
- Llegaremos a tiempo. Te lo prometo – me dijo, como si pudiese leer en mi frente lo que estaba pensando.

Al llegar a Moses Run era casi de noche. El cielo estaba completamente cubierto y el tiempo había empeorado. Por suerte, encontrarmos con facilidad el hotel. Pedimos dos habitaciones y fuimos a darnos una ducha.
El recepcionista nos había recomendado un restaurante que había justo frente al hotel. Había quedado con Mario a las nueve y media en su habitación. La puerta que comunicaba las dos habitaciones estaba cerrada, pero su voz sonó a través de ella.
- Dylan, ¿estás lista?
- Creo que no voy a bajar, Mario –dije.
- ¿Te encuentras bien? –preguntó. Por la cercanía de su voz, supe que se había pegado a la puerta.
- Necesito estar sola un rato, por favor.
- De acuerdo. Estaré abajo.
- Gracias – contesté.
No bajé y pasadas un par de horas lo oí subir.
Eran las cuatro y media de la mañana y yo aún no había conseguido pegar ojo. Estaba mirando fijamente el techo y preguntándome qué hacer para poder dormir un rato. Sonó el teléfono.
- ¿Estás despierta? –dijo nada más descolgar.
- Sí. No puedo dormir.
- Yo tampoco. ¿Por qué no has bajado a cenar?
- No tenía ganas… Creo que estoy sufriendo una de esas crisis de ansiedad.
- No entiendo.
- No hago más que darle vueltas a una idea y… No sé si estoy haciendo lo correcto.
- ¿Hablamos de la boda?
- Hablamos de la boda –confirmé.
- Llevas siete años con él, Dylan – me recordó.- Si tu no estás segura, no sé quién puede.
- Es que la discusión de hoy…-repliqué.
- ¡Es normal! –exclamó.- Él está allí, esperando a que aparezcas y tu vas de viaje con un tipo que apenas conoces… Yo también me pondría nervioso, por mucho que confiase en mi chica.
- De repente, me siento vieja. Voy a casarme y ése será el hombre que veré todos los días al despertarme durante el resto de mi vida.
- Yo te veo muy preparada… -se interrumpió de repente.- ¿Por qué no dejamos de hablar por teléfono y nos vemos abajo?
- ¿En diez minutos? –sugerí.
- Vale.

Bajamos a tomar un café y estuvimos hablando hasta primeras horas de la mañana. Durante la noche, el tiempo había empeorado tanto que la carretera principal había sido cerrada al tráfico por inundación. Cuando le preguntamos al recepcionista, nos dijo que no había muchas posibilidades.
- Si la principal está inundada –aventuró-, los caminos secundarios estarán completamente desaparecidos.
- ¿No podemos salir? – pregunté.
- Estamos atrapados, sí, señor. Pero no se preocupen –trató de consolarnos.- Si mañana a primera hora el tiempo sigue así, vendrán a evacuarnos.
- Pero, ¿qué dice? –repliqué.- No podemos perder todo un día.
- Mucho me temo que no tienen otra alternativa. Esto pasa a menudo y nunca ha durado más de un día.

Me costó aceptarlo pero, como me decía Mario, no nos quedaba otra opción más que pasarlo lo mejor posible. Lo cierto es que, aunque lo intentaba, no podía. No hacía más que pensar que todo esto podría ser una señal del destino para que no me casase con Baxter. Tal vez era mejor dejar las cosas como están.
- Las mujeres y el destino. ¡Pero qué manía tenéis, ¿eh?!
- Piénsalo –dije, argumentando mi teoría.- La primera vez, mi padre y su indigestión. Y ahora, salgo con diez días de antelación para poder llegar a tiempo y se desata un temporal.
- ¿Intentas decir que todo esto es para evitar tu boda? Dylan, disculpa que te diga esto, pero te das demasiada importancia –dijo, y tras un minuto de reflexión, replicó.- Supongamos que es como tú dices. Entonces, ¿por qué el destino me ha puesto en tu camino?
- No lo sé –contesté.Tenía una respuesta para esa pregunta, pero no estaba preparada para dársela.
Sabía que estaba en horas bajas, así que se decidió a animarme llevándome de comprasa la tienda de objetos de recuerdo que había en la misma calle del hotel. Curiosamente, todo pertenecía al mismo tipo.
- A ver, elige algo – me pidió.- Yo te lo regalo como recuerdo.
- No sé qué elegir.
- ¡Vamos! No es tan difícil. Tampoco hay mucha variedad.

En este punto, el dependiente-recepcionista le dedicó una mirada asesina que él ignoró.
- Una camiseta, tal vez
- No podría ponermela. Tengo que llevar traje todo el día.
- Además de que son horribles, tienes razón. ¿Y una de estas pulseras de la amistad?
- Demasiado infantil.
- Eres una chica complicada, ¿lo sabías?

Estuvo unos minutos más dando vueltas por la tienda mientras yo me senté en unos bancos de plástico a hojear con aspecto cansado un revista. De repente, desde el fondo de la tienda, donde casi no podía verle, gritó:
- ¡Lo tengo!
- ¿Qué has encontrado? ¿Un yo-yo? –bromeé mientras lo veía acercarse.
- No. Es el regalo perfecto. Mira – y a continuación puso ante mí un CD algo polvoriento.
- ¿Grandes éxitos de Frank Sinatra? – leí.
- Sí. ¿No es genial? Están todos: Fly me to the moon, New York, New York, y… I’ve got you under my skin.
Le dí la vuelta al CD para comprobar el precio.
- ¿23 $? – exclamé.- ¡Eso es un robo!
- ¿Qué más da? – dijo.- Voy a pagarlo yo, ¿no?
- ¡Pero si no vale más de 12$!
- ¡Oh, cállate, ¿quieres?! –dijo, tomándome del brazo.- ¡Anda! Vamos a la caja.
- No , espera… Yo también quiero comprarte algo.
- Yo no estoy depre ni voy a casarme.

Después de salir de la tienda nos fuimos a comer. Mario compró también un monopoly y nos sentamos a jugar en la habitación. Mi habitación. Al verla toda revuelta sonrió:
- Parece que el temporal se ha dado una vueltecita por aquí, ¿no?
- Muy gracioso. Ya me gustaría ver la tuya.
- Ven y verás.
Cruzamos la puerta que comunicaba nuestras habitaciones y pude comprobar que decía la verdad. Su habitación estaba ordenada, recogida y olía bien.
- ¿A quién has sobornado para mantenerla así? –bromeé.
- Vivo en un barco la mayor parte del tiempo y no me sobre espacio precisamente, así que si no me organizo…
- Si no zarpas el sábado, podrías asistir a la ceremonia.
- Creí que no ibas a casarte.
- Estaba hablando en el hipotético caso de que lo hiciese.
- Siempre que no la celebres al aire libre.
- ¿Nunca te tomas nada en serio?
- Si no zarpamos, allí estaré.

A mitad de la tarde el viento paró y la lluvía caía débilmente. Los equipos de bomberos y policía estaban intentando solucionar el problema de las carreteras y, según decían en la radio, si el tiempo no empeoraba durante la noche, no estaban lejos de lograrlo.
Hacía media hora que habíamos dejado de jugar al monopoly. Me había desplumado dos veces. Gracias a Dios, jugabamos con dinero falso. Mario estaba tumbado en su cama, leyendo algo, mientras yo permanecía de pie, junto a la ventana, observando los goterones de lluvía en los cristales y murmurando algo.
- ¿Qué te pasa?
- Nada.
- ¡Claro, seguro! Por eso no dejas de hablar entre dientes.
- Creí que estabas leyendo.
- ¿Contigo ahí? ¡Imposible concentrarse! No he podido pasar de la tercera página…. –se sentó en la cama y soltó el libro.- ¿En qué piensas?
- No me ha llamado en todo el día
- No querrá agobiarte. Ha metido la pata y no quiere volver a hacerlo. Además quedan pocos días para su boda y tendrá cosas que hacer. Debe estar muy ocupado.
- ¿Tanto que no tiene tiempo para hablar con su futura esposa? Con este tiempo, viajando con un desconocido… ¡Podría haberme pasado cualquier cosa y él está tan tranquilo!
- ¿Ahora soy un desconocido? – me preguntó, aunque juraría que estaba a punto de reírse.
- Para él, sí lo eres.
- Empiezo a entender a tu prometido. ¡Estás loca! Mejor que no te haya llamado porque le hubieras dado el susto de su vida cancelando la boda.
Lo miré fijamente. Entonces, me sonrió y me pidió que me sentara junto a él.
- ¿Qué tienes en la cabeza, eh?
- No lo sé… Estoy muy confundida.
- Hace dos días estabas muy convencida.
- No es cierto. Llegué tarde a la terminal a propósito. Quería perder el avión y ganar así un poco de tiempo.
- ¿No van bien las cosas?
- Son demasiado perfectas.
- Explícame cómo algo puede ser demasiado perfecto.
- Quiero a Baxter, pero a veces nos comportamos más como dos hermanos que como una pareja.
- ¿Y habéis hablado?
- No. Creo que él se siente igual que yo, pero tiene demasiado miedo a lo que dirá la gente si suspendemos la boda.
- Habla con él. No puedes tirar siete años así como así.
- Lo sé.
Después de eso, no volví a mencionar el tema.
A la mañana siguiente, la carretera volvía a estar abierta al tráfico y el cielo estaba despejado. Con un poco de suerte, estaría en casa al anochecer.
- ¿Recuerdas todo lo que hablamos anoche?
- Sí – contestó.
- Olvídalo. No sé qué me pasó, pero lo he superado.
- ¿Seguro? Anoche parecías preocupada.
- Aún lo estoy, pero… Baxter es el hombre de mi vida y, aunque no esté segura, merece la pena arriesgarse, ¿no?
- No lo sé. No puedo aconsejarte en cuanto a eso. Creo que todavía no he tropezado con la mujer de mi vida, así que no sé lo que se siente. Hagas lo que hagas, espero que salga bien.
- ¡Mira qué eres buena persona!

Nos acercabamos al final del viaje y, a pesar de lo que acababa de decir, yo aún seguía dudando de mi decisión. ¡Ojalá hubiese tenido un par de días más! Cogí el libro que Mario había estado leyendo la noche anterior y me puse a echarle un vistazo. Tal vez así conseguiría distraerme un rato.
Al principio, no le presté mucha atención, pero ya había pasado más de una hora y media y seguía ensimismada.
- ¿Te gusta la fotografía?
- ¿Qué? –dije, sin terminar de oír su pregunta.
- El libro… No has dicho ni una sola palabra.
- Es realmente fascinante. Debe ser genial sumergirse y ver estas preciosidades en vivo y en directo.
- No siempre, pero sí es genial… Deberías probar.
- Primero debería aprender submarinismo.
- Ya sé cuál será mi regalo de bodas: un curso de submarinismo para ti y tu marido.
- ¿Baxter con traje de neopreno? Creo que no.
- Lo digo en serio. La primera parte de nuestro viaje es bastante tranquila… ¡Tú, piénsatelo, ¿vale?!
- No tienes por qué hacerlo.
- Lo sé, pero ahora somos amigos, ¿no?

Primera Parte: Extraños

Diez minutos, tengo diez minutos para llegar a mi puerta de embarque. La cuarenta y dos, creo. Ni siquiera he tenido tiempo de consultar el panel. No tengo tiempo que perder mirando nada porque mi avión está a punto de despegar y yo no estoy a bordo. ¡No puedo perder ese maldito avión!... Algo se interpone en mi camino… No sé muy bien cómo pero al cabo de dos minutos estoy en el suelo, mi maleta se ha abierto y mi ropa está por todas partes. Delante de mí, tengo a un hombre sorprendido que me mira con la misma cara que yo a él. Ambos miramos el reloj, gritamos y nos levantamos para tratar de recoger aquel desastre. Ni siquiera estoy segura de que lo que hay en mi maleta sea realmente mío, pero me da igual.
Corró. Corró hacia la puerta de embarque, pero está cerrada. Lo he perdido . ¡He perdido el avión! ¡Mierda, mierda y mierda! Le doy un par de patadas a la maleta y, a la que hace tres, no soporta la presión y vuelve a vomitar su contenido por toda la terminal. Entonces, sin poderlo evitar, me siento en el suelo y me pongo a llorar.
Al cabo de unos minutos, alguien se acerca a mí. Sólo veo sus zapatos, brillantes y enormes.
- ¿Se encuentra bien? – me pregunta.
-No – contestó gimoteando- He perdido mi avión y voy a perderme…- dije mirando hacia arriba. Mi cara debió transfigurarse en el momento en que casi grité- ¡Usted!
- ¿Tu no eres… -comienza.
- Todo esto es culpa suya. Si no fuese por el aeropuerto como un loco, no me habría atropellado y no…
-¿Yo como un loco? – me interrumpe - ¿Cómo se atreve?
- Mire, será mejor que se vaya. No me apetece verle. ¡Larguese!
- ¡Maleducada! – me espetó- Sólo intentaba ser amable.
- Métase su amabilidad por… -No me dio tiempo a terminar porque ya se había marchado.
El tío se larga y allí estoy yo, en mitad del aeropuerto de Boston, con la ropa por los suelos y sin posibilidad de salir. Es veinte de diciembre y no creo que encontrar un billete para esta misma tarde vaya a ser fácil.
Recojo algo de ropa y la meto en la maleta. El resto la llevó en las manos y me arrastró hasta la zona de espera. Ya no llego. Trato de calmarme y arreglar mi equipaje.
Unos minutos más tarde, me acerco al mostrador e intento lo imposible: conseguir un nuevo billete.
- ¡Hola! Me gustaría comprar un billete para Maryland.
- Hay un vuelo a las once treinta, pero está completo y va con retraso.
- No, no… No lo entiende. Yo tenía que coger ese vuelo y lo he perdido.
- Va con retraso, ya se lo he dicho. Hay problemas en el aeropuerto de destino.
- ¿Me está diciendo que mi billete aún es válido?
- Si es un billete para el vuelo de Panamerics 7273 con destino Maryland que tiene prevista su salida en una hora, sí.
- ¡Oh, Dios! Gracias, muchas gracias. No sabe la alegría que acaba de darme.
Vuelvo a la sala de espera y, mientras aguardó el anuncio de mi vuelo, arregló la maldita maleta. No sé cómo ni qué estoy metiendo, pero lo importante es que consigo cerrarla. Una hora y media después, también consigo embarcar. Estoy en mi asiento y voy a llegar a tiempo a mi boda.
Pero mi vida nunca podría ser tan sencilla. Veo avanzar por el pasillo a la azafata. Presiento que con mi compañero de vuelo.
- 9F, señor – le indica.- Tome asiento y abrochese el cinturón.
- Gracias – le contesta.
Cuál no es mi sorpresa al comprobar que es ese tipo, el del atropello y los brillantes zapatos. Él me ha reconocido también. Acto seguido, se acerca de nuevo a la azafata.
- ¡Genial! ¡Usted otra vez! –exclamó.
- ¿Se conocen? – nos pregunta la azafata.
- No sería posible cambiar de asiento –le pide.
- Lo siento, señor. El vuelo está completo. Si necesitan algo…
Se sentó a mi lado y, durante los primeros quince minutos, estuvimos en silencio. Despegamos y, ya en pleno vuelo, le pregunta a la azafata si podría conectar su portátil. Yo me quedé dormida. Cuando llega la cena, él me despierta. Tenía una mirada extraña en la cara.
- ¿Le pasa algo? – pregunto malhumorada.
- No, nada… Ha estado hablando en sueños, ¿sabe?
- ¿Qué he dicho? – insisto temiendo lo peor.
- Pues, no me he enterado muy bien, algo sobre llegar tarde a algun sitio… Pero no me haga mucho caso porque…
- Lamento haberme comportado así en la terminal –me obligo a decir- No suelo ser desagradable, pero es que no me pilla en mi mejor día .
- No se disculpe. No es necesario.
- Sí que lo es. Ha querido cambiar de asiento sólo por no verme. Normalmente no causo ese efecto en las personas.
- Es sólo porque usted reaccionó antes como si yo fuese el anticristo.
- Que yo… Será mejor que no intentemos mejorar nada porque acabaremos empeorando la situación.
- Es la primera vez que estoy de acuerdo con algo de lo que dice.

Eso fue lo que hicimos. Comportarnos civicamente como dos perfectos extraños. Nos soportaríamos mutuamente durante el vuelo . Todo sería cuestión de unas horas… O al menos eso creíamos.
Sin embargo, el piloto tenía noticias para nosotros. El vuelo se desviaba a otro aeropuerto debido a la niebla.
- No puede ser –dije.
- Señores pasajeros, la compañía los alojará en un hotel durante esta noche y mañana por la mañana les proporcionará un vehículo para desplazarse hasta el aeropuerto si así lo desean.
Ya no pude seguir escuchando. Lo único que me importaba era llegar a Maryland. Tan pronto aterrizamos, me dirigí hacia la oficina de alquiler de coches. Era una tremenda estupidez esperar encontrar un coche de alquiler en semejantes circunstancias, pero estaba desesperada… Así que lo intenté.
- Oiga, que no me importa el vehículo, pero tengo que conseguir algo…
- Señora , ya le he dicho que no nos queda nada. Le sugiero que se acerque al mostrador de su línea aérea si no quiere quedarse también sin plaza de hotel.
¿Qué era ese tío? ¿Un guru? Lo malo es que acertó. Ya había repartido las habitaciones disponibles. No había nada que hacer. La compañía había acomodado en la sala VIP al resto de pasajeros que decidieron no aceptar el hotel. Estaba derrotada. Ya habían conseguido hundirme. Fui a recoger mi equipaje y, mientras observaba hipnotizada el lento discurrir de la cinta transportadora, mi compañero de vuelo se acercó.
- ¡Hola!
- No tengo paciencia para nada, se lo advierto –dije a modo de saludo.
- Me imagino. Sólo quería darle esto – dijo, entregándome una tarjeta roja.
- ¿Qué es?
- Su llave para la habitación del hotel. Pensé que iría corriendo a alquilar un coche y…
- ¿Cómo ha…
- Sólo había que dar el número de vuelo y de asiento. Además, la azafata nos recordaba.
- No creo que eso sea buena señal, ¿verdad? – dije, tratando de ser amable- Gracias. Después de cómo me he portado…
- No volvamos a ese tema, por favor. Yo también me pongo muy nervioso cuando vuelo.
- De todas forma, gracias.
- De nada.
Nos subimos al autobus que nos llevaba al hotel en lugares separados. Tampoco era cuestión de tentar a la suerte. Una vez en el hotel, y tras una buena ducha, me sentía otra persona. Estaba más tranquila. Me arreglé y bajé a cenar al restaurante del hotel. Todo mi vuelo estaba allí. Incluido el señor 9F. Nos saludamos con una ligera inclinación de cabeza y casi estuve a punto de pedirle que compartieramos la mesa porque odio cenar sola… Sin tener en cuenta que si ahora estaba cenando era gracias a él. En el último momento decidí no hacerlo.
Nunca me arrepentiré lo suficiente de aquella decisión porque me sentaron con una señora bastante entrada en kilos que no dejaba de preguntarme si iba a terminarme mi plato, además de ponerme al día de todos los pormenores de la boda de su nieta Merry y no sé cuántos eventos familiares más. La noche fue una auténtica pesadilla.
Subí a mi habitación y cuando caminaba por el pasillo me encontré con 9F de nuevo.
-¿Qué tal su cena?
- No pregunte. Apenas he comido. Mi compañera no dejaba de sorberse la nariz.
-¿Le apetece un último café?
- Tengo… Tengo que hacer una llamada urgente –dije, tratando de que no sonará a excusa.
- ¿A la una de la mañana?
- Es por el cambio de horario, pero le debo un café.
- De acuerdo. Buenas noches.
- Buenas noches.

Había sonado a excusa aunque no lo fuese. Entré en la habitación y me puse el pijama. Una vez estuve metida en la cama, marqué el número y al tercer toque, descolgaron.
- Cariño…
- ¿Eres tú?
- Han desviado el vuelo a Denver.
- ¿Denver, Colorado?
- ¿Conoces otro? – bromeé.
- Espero que llegues a tiempo – me dijo. Por su tono de voz, la broma no había surtido efecto.
- Quedan ocho días. Mañana, si todo va bien, estaré ahí y tendrás el resto de la semana para reñirme todo lo que quieras.
- No te riño, cielo, pero te advertí que diez días no eran suficientes. Son unas fechas un poco complicadas para los aeropuertos.
- He consultado la previsión del tiempo –informé- y está despejado.
- ¿Seguro?
- Seguro.
- Espero que no me dejes plantado.
- Jamás se me ocurriría.
- Hasta mañana, cielo. – y colgó.

No consulté el parte meteorológico, pero ¿qué podía decir? No me sentía con fuerzas para discutir con él antes de admitir que tenía razón, que no debí viajar tan tarde… Ya bastante castigo era tener que aceptarlo.
Como no podía ser de otra manera, me quedé dormida. Eran las once treinta y cinco y teníamos que estar en la recepción del hotel en diez minutos. Eso quería decir que no tenía más que diez minutos para vestirme y recogerlo todo. No había tiempo que perder.
Doce minutos después, alguien llamó a mi puerta y sonó una voz que empezaba a resultarme familiar.
- Señorita, ¿sigue ahí?
- Sí –grité.- Me he quedado dormida.
Abrí la puerta y ví su cara.
- ¿Qué? –pregunté.
- Debería demandar a su estilista.
- Sí, sí… Ya lo sé, pero en este momento no puedo preocuparme por mi aspecto.
- Ya veo que lo dice en serio –dijo, echándome una última mirada- ¿La ayudo?
- Pensé que nunca lo diría.

Con su ayuda, llegamos a tiempo. Todo el mundo estaba ya en el autobus. Nos miraban como si fuesemos un par de locos. ¡No he pasado más vergüenza en toda mi vida!
En el aeropuerto nos esperaban nuevas noticias. El gobierno había cerrado los aeropuertos cercanos porque había un aviso de tormenta, y no una cualquiera, sino una de dimensiones épicas, según nuestro capitán. Incluso si los aeropuertos hubiesen estado abiertos, ninguna compañía daba seguridad en cuanto a la salida de sus vuelos.
Esto era ya una conjura climatológica para que yo no llegase a tiempo a mi boda. ¡Maldita sea! Mi futuro marido había elegido precisamente esta ocasión para tener razón durante nuestra larga relación… Estaba acabada. Si no cogía hoy ese avión no llegaría a tiempo. Si la tormenta estallaba, iba a ser mucho más difícil salir de allí.
- ¡Ya no puedo más! –dije.- ¡Me rindo! ¡Has ganado!
La gente me miraba. Debían suponer que acababan de soltarme de algún manicomio cercano. Me senté en la sala de espera y, tras unos minutos intentando contenerme, me eché a llora.
- No voy a llegar a tiempo y esto será el final. Se acabó. La he vuelto a jorobar.
- ¿De qué habla? –me preguntó 9F, recordándome su presencia,.
- Que ya es tarde.
- ¿Tarde?
- ¡Déjelo! No hay vuelta de hoja.
- Espere aquí un segundo.

No sé dónde creía que podía ir. Tardó algo más de veinte minutos en volver y parecía bastante alterado.
- Bien, me he informado. Todos los aeropuertos y estaciones de tren están cerrados hasta nuevo aviso y no creo que eso ocurra pronto.
- ¿Trata de animarme?
- No he terminado –replicó.
- Lo siento.
- Los aeropuertos están cerrados, pero las carreteras no. He estado hablando con el de alquiler de coches y me ha mostrado una ruta de…

Me contó toda una historia acerca de cómo llegar a nuestro destino final. Al principio, la idea me pareció un tanto descabellada: Irme a cruzar el país con un tipoo que no conocía en absoluto, y con el que no me llevaba del todo bien , era una locura… Pero, según pasaban las horas sin que tuviesemos noticias, creí que aquella locura era la única salida. Y tras una nueva llamada a casa, me decidí.
- De acuerdo.
- ¿De acuerdo qué? –dijo sin tener mucha idea de lo que hablaba.
- Lo del coche y su loco plan de carreteras. Necesito llegar a tiempo a casa, así que…

Nos pusimos en marcha. Alquilamos un coche y tomamos la carretera bajo el amenazante cielo gris plomizo. Según habíamos oído en la radio, se esperaban fuertes vientos, pero el agua aún tardaría en llegar. Con un poco de suerte, no nos alcanzaría.
- Le he dicho que me han retirado el carnet.
- No. ¿Por qué?
- Soy demasiado entusiasta de la velocidad.
- ¡No me extraña! –dijo, para mi sorpresa.
- No es que esté interesada, pero… ¿por qué?
- Desde que la conozco, y de eso hace apenas 28 horas, anda con prisas.
- Es que ya no llego. Tendría que ocurrir un milagro para que yo estuviese a tiempo.
- ¡Ve lo que le digo! Parece ese conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas… No se preocupe- me tranquilizó, sonriendo.- Sea lo que sea lo que tiene que hacer, le prometo que haré todo lo posible para que llegue a tiempo.

Al terminar la jornada habíamos recorrido más de trescientos kilómetros y sólo paramos a tomar un café. Encontramos un hotel decente para pasar la noche.
- Su habitación, la 609.
- Gracias –contesté.
- Yo estoy en el otro pasillo, en la 612.
- Necesito una ducha con urgencia.
- Yo también. Nos encontramos aquí en, digamos, cuarenta minutos y nos vamos a cenar.
- De acuerdo –dije.

Antes de meterme en la ducha, llamé a casa. Se me olvidó calcular la diferencia horaria. Eran las dos de la madrugada y lo recordé justo cuando oí la voz soñolienta de mi prometido al otro lado de la línea.
- ¿Quién demonios es? –gruñó.
- Lo siento, cariño –me disculpé.- Olvide la diferencia horaria.
- No, disculpame tú. Es que no duermo bien ultimamente y…
- Tengo buenas noticias –le interrumpí.- Ya estoy trescientos kilómetros más cerca de ti.
- ¿Ha salido tu avión con este tiempo?
- No. Voy por carretera y, si el tiempo no me traiciona, estaré ahí en unos días.
- Pero si no puedes conducir…
- Y no lo hago. No quisiera pasar mi noche de bodas en la cárcel.
- ¿Traes chófer?
- Más o menos… Lo importante es que estaré a tiempo.

Nos despedimos y yo tenía la sensación de que había algo que no me había contado. Me metí en la ducha y me preparé para salir a cenar. Era la primera vez que me sentía como una persona desde que este infernal viaje comenzó. Ponerme mis vaqueros y mi jersey favorito tras una verdadera ducha era el mejor regalo que se me podía ocurrir en estos momentos. Ya llegaba un poco tarde así que cogí mi chaqueta y salí pitando una vez más.
- Siento el retraso –me disculpé al llegar.
- Yo acabo de llegar también.
- ¿Nos vamos?
- He preguntado al dueño y me ha recomendado un sitio donde sirven una pasta exquisita.
- Estoy tan hambrienta que me comería un caballo.

Aquella noche comí como no lo había hecho nunca. Ni siquiera delante de mi prometido. Él apenas podía concibir que zampase de ese modo y mi madre habría muerto del susto al saber que me había pedido dos platos de pasta con salsa y… Prefiero no pensar en ello o el sentimiento de culpa no me dejará disfrutar del riquísimo helado de chocolate que hay de postre. Espero que aún me sirva el vestido.
- Ya veo que nos ha encantado la cena –dijo cuando nos tomabamos el café.
- Sí, pero por su cara, diría que a mí me ha encantado mucho más.
Pedimos la cuenta y yo sugerí que pagasemos cada uno su parte, pero él se negó. A continuación, el camarero nos dio algo.
- Esto son un par de invitaciones para el salón de baile que hay un par de calles más abajo. La casa los invitará a lo que tomen.
- Gracias –contestó.

Nos montamos en el coche y me sorprendí a mi misma pensando que tal vez podríamos ir a ese sitio a tomarnos algo. Una buena ducha, una cena tranquila y un poco de música… Pero suponía que no habría posibilidad de que él lo sugiriera y yo no iba a hacerlo.
- ¿Te apetecería ir a bailar? –me preguntó.
- Yo no bailo – contesté para mi propia sorpresa.
- No es obligatorio. Podemos tomar algo y después volver al hotel.
- Es muy tarde, ¿no?
- Las once. No tardaremos mucho. Mañana será un día muy largo. Un poco de diversión no nos matará. Te prometo que no te divertirás mucho.

No dije nada, pero sonreí ante aquella promesa. No comprendía por qué estaba poniendo tantas pegas cuando hace unos minutos se me había ocurrido lo mismo.
- De acuerdo –dije.- Una copa y volvemos.
Fuimos a bailar y estuvimos hasta las tres y media. No quería pensar mucho en ello… Pero la noche aún nos deparaba alguna que otra sorpresa. Cuando íbamos a coger el coche, no arrancaba.
- Creo que está un poco frío – nos dijo el guardia de la puerta.- Si lo dejan aquí, mañana a primera hora Joe puede mirárselo.
- Mañana es domingo – le recordó 9F.- ¿Está seguro de que su amigo Joe querrá mirarlo?
- No se preocupe.
- Muchas gracias – le contestó.

Se ofrecieron a llevarnos, pero el hotel no estaba muy lejos y no queríamos seguir molestando, así que decidimos volver a pie. Diez minutos más tarde, me arrepentía de haber declinado la oferta porque me estaba helando de frío. Apenas había pensado eso, 9F se quitó la chaqueta y la puso sobre mis hombros. En un primer momento la rechacé.
- ¡No sea tonta! – me dijo en tono paternal.- Está helada.
- Gracias.
- Ha sido divertido, ¿verdad? –comentó, intentando romper un silencio que empezaba a resultar incómodo.
- Sí. Me pregunto si… -me interrumpí.
- ¿Qué?
- Nada… Una tontería.
- ¡Oh, vamos! Ahora tiene que decírmelo.
- Me pregunto si esto podría considerarse como mi despedida de soltera, ya que, tal y como están las cosas, es probable que no llegue a la mía.
- ¿Se casa?
- El próximo sábado.
- ¡Enhorabuena! No lo sabía… En realidad, no hemos hablado mucho.
- Nos hemos concentrado en comer y bailar –dije, sonriendo al recordarlo.
- Ya va siendo hora de que nos presentemos –dijo, parándose para ofrecerme su mano.- Yo soy Mario.
- Mi nombre es Dylan.
- ¿Dylan? ¡Curioso nombre para una chica!

Habíamos llegado al hotel. Entré en mi habitación y nunca antes me alegré tanto de ver una cama que no fuese la mía.