martes, 16 de septiembre de 2008

Segunda Parte: Conocidos

A la mañana siguiente, el bueno de Joe nos había arreglado el coche. Les dimos las gracias a todos y nos pusimos en marcha.
- Son unos tipos simpáticos, ¿verdad?
- Sí que lo son – admití.
- Con un poco de suerte y si la lluvia no arrecia, podremos llegar a Belleview antes de que anochezca.
- Si estás cansado, yo podría conducir un rato –ofrecí.- Estas carreteras están prácticamente desiertas.
- No, gracias. No me gustaría que tu futuro marido tuviera que recogerte en la cárcel.
- Ha pasado por cosas peores, creeme. Ya está curado de espantos conmigo.
- No pareces el tipo de chica que se mete en líos –me dijo, sin apartar la vista de la carretera.
- Precisamente por eso me ocurre.

Encendimos la radio y me sorprendió, mejor dicho, nos sorprendimos cuando al escuchar las canción los dos gritamos: ¡Sinatra!
- ¿Te has fijado como todos los italianos sienten adoración por Sinatra?
- ¿Y quién no? Mi madre tiene sangre italiana y Sinatra era su dios. Siempre me dijo que se casó con mi padre porque le recordaba a él.
- Por eso te llamas Mario, un nombre muy italiano y poco corriente por aquí.
- Dylan tampoco es muy corriente para una chica.
- Soy un error genético –dije en tono de burla.- Tengo tres hermanas y se suponía que yo era el último intento, que sería el machote de la casa, pero resultó que no… Mi padre nunca logró superarlo así que, para compensar, me convertí en el hijo que nunca tuvo.
- Eso implica un nombre de chico…
-… Y partidos de beisbol y formar parte del equipo escolar de baloncesto. Una vez, mi entrenador me hizo cortar el pelo a lo chico para jugar una final. Los jueces nunca llegaron a enterarse.
- Pues, no tienes aspecto de chico ahora…
- ¿Y tú? –dije, tratando de no ponerme nerviosa. No sabía muy bien si eso era sólo un cumplido.- ¿Cuál es tu secreto?
- Sinatra, ya lo sabes. Mi madre me hacía cantar las canciones del Gran Frank para que aprendiese a pronunciar bien.
- ¿Cuál es tu favorita?
- I’ve got you under my skin.
- ¡Adoro esa canción! – respondí sorprendida.- I tried so not to give in, I said…
Y comencé a cantar. Al rato, se me unió. I’d sacrifice anyting come what might for the sake of having you in spite of a warning comes in the night and repeats, repeats in my ear…Aquí cantabamos a pleno pulmón: Don’t you know, you fool, you never can win, use your mentality, wake up to reality… Desde entonces, hasta que paramos para comer, sembramos el camino de todos los grandes éxitos de La voz.
En el restaurante de carreteras donde almorzamos, ya no teníamos conversación. Estabamos hambrientos y la sesión de karaoke nos había dejado seca la garganta. Nos mirabamos, pero nadie hablaba.
- ¿Te cuento algo curioso?
- Por favor – me dijo con una sonrisa.
- Yo nunca he estado segura de que fuese cierto, pero por mi casa corre el rumor de que mi padre se declaró a mi madre cantando una canción de Sinatra.
- ¿Bromeas?
- Fly me to the moon, bajo su ventana una noche de lluvia y con mis tios tocando.
-¡Vaya par que estamos hechos!
- Cuando conocí a Baxter –continué-, me alegre de que tuviese una familia tan normal.
- ¿Y ahora ya no?
- No lo sé… Estoy temiendo el día de la boda; con todos mis parientes, que parecen venidos de Marte y los suyos, que parecen sacados de una familia inglesa de rancio abolengo.
- Lo importante ese día sois vosotros –trató de animarme.
- No. Te equivocas – dije. – Lo importante ese día es que mi padre no coma burritos, enchiladas ni nada que se le parezca.
- ¿Disculpa? – me dijo con cara de no entender nada.
- Ya suspendimos la boda una vez porque mi padre tuvo un problema gástrico. La noche anterior a la ceremonia se fue con mi madre a celebrarlo a un méxicano y… -me interrumpí sin terminar la frase.- Afortunadamente, Baxter no se lo tomó a mal y pudimos retrasarlo sin problemas.
- ¿Por qué iba a tomárselo a mal? No fue culpa tuya y no puedes casarte sin tu padre, ¿no?
- Ya. Pero es que Baxter y mi padre tienen un largo historial de incompatibilidades.

Mientras volviamos al coche, me dí cuenta de que apenas sabía nada de él. Desde que salimos del restaurante, habíamos estado hablando de mí. Casi me estaba quedando dormida y no quería porque él debía estar tan cansado como yo…
- ¿A qué te dedicas? –pregunté.
- Soy capitán de barco.
- ¡Sí, claro! –me burlé, pensando que bromeaba.- Hablo en serio.
- Yo también – replicó, para mi sorpresa.- Soy capitán del Stella Maris, un barco de investigación.
- ¿En serio? –repetí, sin llegar a creerle. Su cara me confirmó que no bromeaba.- Algo así como Cousteau y el Calypso…
- Sí, pero yo soy más guapo, ¿no? – bromeó.
- No sabría yo qué decirte… ¿A qué vas a Maryland?
- Mi barco está anclado allí y teníamos previsto zarpar el próximo sábado pero, con este tiempo, dudo que nos dejen salir.
- ¿Tienes tripulación y todo eso?
- Claro… ¿Crees que llevo yo solo el barco? Hay quince personas a bordo, diez chicos y cinco chicas.
- Creí que no es signo de buena suerte tener mujeres a bordo.
- Somos científicos, no piratas – se rió.
- Perdona, pero es la primera vez que conozco en persona a un capitán de barco que no sea el de Vacaciones en el mar.
- Nosotros no sólo las tenemos a bordo, sino que vimos nacer a una.
- ¿Y qué tal es? – seguí.
- Es una monada de bebé. Se llama Stella.
- Hablaba de tu trabajo. Debe ser muy interesante, ¿no?
- En ocasiones- dije.- Creo que no podría dedicarme a otra cosa.
- ¿Y cómo llegaste a ser capitán? – de repente, me dí cuenta que estaba haciendo demasiadas preguntas y me disculpé.- Lo siento, tal vez no quieras…
- ¡No! – me interrrumpió.- Creo que es la primera vez que alguien no se duerme al oír hablar de mi trabajo.
- No te creo.
- Deberías. A la gente no suele gustarle este tipo de vida.
- Pero a tí sí.
- El mar ha formado parte de mi vida desde que puedo recordar –dijo.- No sé si sabría vivir sin él.

Encontramos un hotel donde quedarnos. Estabamos en Rising Canyon. Me sentí un tanto triste de que esa conversación fuese a terminar así porque me gustaba oírle hablar. Se notaba que realmente disfrutaba de su trabajo.
Aquella noche, nos fuimos a dormir temprano.

Era nuestro cuarto día de viaje y habíamos quedado en el comedor del hotel para desayunar. Cuando yo llegué, él ya tenía delante un amplio abanico de manjares llamados a ser su sustento matinal. Yo aún estaba medio dormida, pero algo me llamó la atención en él. No sabía muy bien qué era y no podía concentrarme en el desayuno sin descubrirlo. Él comía sin apenas levantar la mirada, yo tomaba mi café tratando de resolver el misterio.
- ¡Te has afeitado! –dije, levantando la voz más de lo necesario y ganándome con ello la atención de toda la sala.
- ¿Crees que es realmente necesario anunciarlo a los cuatro vientos? –dijo, sonriendo.
- Lo siento.
- ¿Lista para salir?
- Lista.
Eran las siete y media de la mañana y nos habíamos hecho un montón de kilómetros en pocos días. A pesar de las horas de sueño, estaba cansada. Luchaba por no cerrar los ojos y, por ahora, conseguía mantenerlos a raya, aunque no sin muchos esfuerzos.
- Duerme un rato, si quieres - me dijo.
- Estoy bien.

Mientras trataba de vencer al sueño, pensé que sólo llevabamos cuatro días de viaje y Mario ya sabía de mí más que muchos amigos o compañeros de trabajo. Era esperanzador descubrir que se pueden hacer amigos después de los veintimuchos.
Eché una cabezada involuntaria y tuve una pesadilla horrible, en la que Baxter me dejaba plantada en el altar. Afortunadamente, mi móvil sonó.
- Cariño –dije, con voz adormilada.
- ¿Qué tal lo llevas?
- Bien. Acabas de despertarme.
- Te la debía – se rió.- Te echo de menos. ¿Tardarás mucho?
- No lo sé. Estamos en… Espera un segundo.
- Llegando a Littlefield –me informó Mario.
- Littlefield –repetí al teléfono- y el tiempo está raro. Chispea y hace bastante viento. No sé si podremos avanzar mucho más.
- ¿De quién era esa voz? –dijo, y yo supe lo que se avecinaba.
- Es mi compañero de viaje.
- ¿Es un hombre?
- Sí – dije, rogando porque Mario no lo estuviese escuchando, aunque el tono de voz de Baxter no era precisamente discreto.
- Es curioso que no mencionaras ese detalle la última vez que hablamos.
- Ahora no, por favor.

Pero fue ahora sí. El principio de una discusión que yo terminé con un categórico: ¡Gillipollas! Estuve en silencio un rato y después me eché a llorar. No quería, pero tampoco podía evitarlo. Mario paró el coche en el arcén y me preguntó si estaba bien.
- No te preocupes. Se me pasará. Esto es siempre así. No puedo ni pestañear sin que crea que algun tipo se va a abalanzar sobre mí.
- Lamento haberte causado problemas.
- ¡Oh, por Dios, no! ¡No digas eso! –dije, más enfadada aún con Baxter por hacerlo sentir culpable- Si no fuese por ti, aún estaría en ese maldito aeropuerto.
- Si lo miras por el lado positivo, lo hace porque te quiere.
- Cuando se comporta así, lo dudo. Llevamos siete años juntos, ¿cuándo va a aprender a confiar en mí?
- ¡Siete años! –exclamó muy sorprendido.- ¡Guau!
- ¡Sí! ¡Guau! Arranca y vamonos para que pueda ponerle un ojo morado antes de la boda.
- ¡No te lo tomes así! Yo también sentiría celos si mi chica viajase con un desconocido durante varios días.

A Dios gracias, reanudamos la marcha porque no sé si hubiese sido capaz de seguir sin llorar.
Cuando paramos a echar gasolina, volví a llamar a casa para hablar con Baxter. Estaba en aquella cabina y sabía perfectamente lo que iba a decirle, pero cuando oyó mi voz, ni siquiera me dejó hablar.
- Lo siento, cielo. Lo siento mucho. No pretendía… Es que a veces me cuesta no… Lamento haberme comportado como un idiota. Sé que estás haciendo todo lo posible por llegar y que no te ayudo mucho, pero…
Quince minutos después, se me había olvidado todo. Mario tocó el claxón y me hizo una señal.
- ¿Qué? ¿Ya nos hemos arreglado?
- Sí. Ya te dije que pasaría.
- Me alegro. ¿Nos vamos?

Seguimos adelante durante un par de horas más. Aunque me había calmado y las cosas con Baxter marchaban bien, aún me sentía avergonzada. Por eso me alegré de que él tuviese algo que contar.
- En la gasolinera me han aconsejado que paremos en Moses Run. Es el único que tiene un hotel digno de ser llamado así y creo que va a empezar a llover de un momento a otro. ¿Qué me dices?
- Lo que hagas, estará bien.
- Agradezco la confianza – me dijo-, pero… ¿te pasa algo?
- No. Nada importante.
- Llegaremos a tiempo. Te lo prometo – me dijo, como si pudiese leer en mi frente lo que estaba pensando.

Al llegar a Moses Run era casi de noche. El cielo estaba completamente cubierto y el tiempo había empeorado. Por suerte, encontrarmos con facilidad el hotel. Pedimos dos habitaciones y fuimos a darnos una ducha.
El recepcionista nos había recomendado un restaurante que había justo frente al hotel. Había quedado con Mario a las nueve y media en su habitación. La puerta que comunicaba las dos habitaciones estaba cerrada, pero su voz sonó a través de ella.
- Dylan, ¿estás lista?
- Creo que no voy a bajar, Mario –dije.
- ¿Te encuentras bien? –preguntó. Por la cercanía de su voz, supe que se había pegado a la puerta.
- Necesito estar sola un rato, por favor.
- De acuerdo. Estaré abajo.
- Gracias – contesté.
No bajé y pasadas un par de horas lo oí subir.
Eran las cuatro y media de la mañana y yo aún no había conseguido pegar ojo. Estaba mirando fijamente el techo y preguntándome qué hacer para poder dormir un rato. Sonó el teléfono.
- ¿Estás despierta? –dijo nada más descolgar.
- Sí. No puedo dormir.
- Yo tampoco. ¿Por qué no has bajado a cenar?
- No tenía ganas… Creo que estoy sufriendo una de esas crisis de ansiedad.
- No entiendo.
- No hago más que darle vueltas a una idea y… No sé si estoy haciendo lo correcto.
- ¿Hablamos de la boda?
- Hablamos de la boda –confirmé.
- Llevas siete años con él, Dylan – me recordó.- Si tu no estás segura, no sé quién puede.
- Es que la discusión de hoy…-repliqué.
- ¡Es normal! –exclamó.- Él está allí, esperando a que aparezcas y tu vas de viaje con un tipo que apenas conoces… Yo también me pondría nervioso, por mucho que confiase en mi chica.
- De repente, me siento vieja. Voy a casarme y ése será el hombre que veré todos los días al despertarme durante el resto de mi vida.
- Yo te veo muy preparada… -se interrumpió de repente.- ¿Por qué no dejamos de hablar por teléfono y nos vemos abajo?
- ¿En diez minutos? –sugerí.
- Vale.

Bajamos a tomar un café y estuvimos hablando hasta primeras horas de la mañana. Durante la noche, el tiempo había empeorado tanto que la carretera principal había sido cerrada al tráfico por inundación. Cuando le preguntamos al recepcionista, nos dijo que no había muchas posibilidades.
- Si la principal está inundada –aventuró-, los caminos secundarios estarán completamente desaparecidos.
- ¿No podemos salir? – pregunté.
- Estamos atrapados, sí, señor. Pero no se preocupen –trató de consolarnos.- Si mañana a primera hora el tiempo sigue así, vendrán a evacuarnos.
- Pero, ¿qué dice? –repliqué.- No podemos perder todo un día.
- Mucho me temo que no tienen otra alternativa. Esto pasa a menudo y nunca ha durado más de un día.

Me costó aceptarlo pero, como me decía Mario, no nos quedaba otra opción más que pasarlo lo mejor posible. Lo cierto es que, aunque lo intentaba, no podía. No hacía más que pensar que todo esto podría ser una señal del destino para que no me casase con Baxter. Tal vez era mejor dejar las cosas como están.
- Las mujeres y el destino. ¡Pero qué manía tenéis, ¿eh?!
- Piénsalo –dije, argumentando mi teoría.- La primera vez, mi padre y su indigestión. Y ahora, salgo con diez días de antelación para poder llegar a tiempo y se desata un temporal.
- ¿Intentas decir que todo esto es para evitar tu boda? Dylan, disculpa que te diga esto, pero te das demasiada importancia –dijo, y tras un minuto de reflexión, replicó.- Supongamos que es como tú dices. Entonces, ¿por qué el destino me ha puesto en tu camino?
- No lo sé –contesté.Tenía una respuesta para esa pregunta, pero no estaba preparada para dársela.
Sabía que estaba en horas bajas, así que se decidió a animarme llevándome de comprasa la tienda de objetos de recuerdo que había en la misma calle del hotel. Curiosamente, todo pertenecía al mismo tipo.
- A ver, elige algo – me pidió.- Yo te lo regalo como recuerdo.
- No sé qué elegir.
- ¡Vamos! No es tan difícil. Tampoco hay mucha variedad.

En este punto, el dependiente-recepcionista le dedicó una mirada asesina que él ignoró.
- Una camiseta, tal vez
- No podría ponermela. Tengo que llevar traje todo el día.
- Además de que son horribles, tienes razón. ¿Y una de estas pulseras de la amistad?
- Demasiado infantil.
- Eres una chica complicada, ¿lo sabías?

Estuvo unos minutos más dando vueltas por la tienda mientras yo me senté en unos bancos de plástico a hojear con aspecto cansado un revista. De repente, desde el fondo de la tienda, donde casi no podía verle, gritó:
- ¡Lo tengo!
- ¿Qué has encontrado? ¿Un yo-yo? –bromeé mientras lo veía acercarse.
- No. Es el regalo perfecto. Mira – y a continuación puso ante mí un CD algo polvoriento.
- ¿Grandes éxitos de Frank Sinatra? – leí.
- Sí. ¿No es genial? Están todos: Fly me to the moon, New York, New York, y… I’ve got you under my skin.
Le dí la vuelta al CD para comprobar el precio.
- ¿23 $? – exclamé.- ¡Eso es un robo!
- ¿Qué más da? – dijo.- Voy a pagarlo yo, ¿no?
- ¡Pero si no vale más de 12$!
- ¡Oh, cállate, ¿quieres?! –dijo, tomándome del brazo.- ¡Anda! Vamos a la caja.
- No , espera… Yo también quiero comprarte algo.
- Yo no estoy depre ni voy a casarme.

Después de salir de la tienda nos fuimos a comer. Mario compró también un monopoly y nos sentamos a jugar en la habitación. Mi habitación. Al verla toda revuelta sonrió:
- Parece que el temporal se ha dado una vueltecita por aquí, ¿no?
- Muy gracioso. Ya me gustaría ver la tuya.
- Ven y verás.
Cruzamos la puerta que comunicaba nuestras habitaciones y pude comprobar que decía la verdad. Su habitación estaba ordenada, recogida y olía bien.
- ¿A quién has sobornado para mantenerla así? –bromeé.
- Vivo en un barco la mayor parte del tiempo y no me sobre espacio precisamente, así que si no me organizo…
- Si no zarpas el sábado, podrías asistir a la ceremonia.
- Creí que no ibas a casarte.
- Estaba hablando en el hipotético caso de que lo hiciese.
- Siempre que no la celebres al aire libre.
- ¿Nunca te tomas nada en serio?
- Si no zarpamos, allí estaré.

A mitad de la tarde el viento paró y la lluvía caía débilmente. Los equipos de bomberos y policía estaban intentando solucionar el problema de las carreteras y, según decían en la radio, si el tiempo no empeoraba durante la noche, no estaban lejos de lograrlo.
Hacía media hora que habíamos dejado de jugar al monopoly. Me había desplumado dos veces. Gracias a Dios, jugabamos con dinero falso. Mario estaba tumbado en su cama, leyendo algo, mientras yo permanecía de pie, junto a la ventana, observando los goterones de lluvía en los cristales y murmurando algo.
- ¿Qué te pasa?
- Nada.
- ¡Claro, seguro! Por eso no dejas de hablar entre dientes.
- Creí que estabas leyendo.
- ¿Contigo ahí? ¡Imposible concentrarse! No he podido pasar de la tercera página…. –se sentó en la cama y soltó el libro.- ¿En qué piensas?
- No me ha llamado en todo el día
- No querrá agobiarte. Ha metido la pata y no quiere volver a hacerlo. Además quedan pocos días para su boda y tendrá cosas que hacer. Debe estar muy ocupado.
- ¿Tanto que no tiene tiempo para hablar con su futura esposa? Con este tiempo, viajando con un desconocido… ¡Podría haberme pasado cualquier cosa y él está tan tranquilo!
- ¿Ahora soy un desconocido? – me preguntó, aunque juraría que estaba a punto de reírse.
- Para él, sí lo eres.
- Empiezo a entender a tu prometido. ¡Estás loca! Mejor que no te haya llamado porque le hubieras dado el susto de su vida cancelando la boda.
Lo miré fijamente. Entonces, me sonrió y me pidió que me sentara junto a él.
- ¿Qué tienes en la cabeza, eh?
- No lo sé… Estoy muy confundida.
- Hace dos días estabas muy convencida.
- No es cierto. Llegué tarde a la terminal a propósito. Quería perder el avión y ganar así un poco de tiempo.
- ¿No van bien las cosas?
- Son demasiado perfectas.
- Explícame cómo algo puede ser demasiado perfecto.
- Quiero a Baxter, pero a veces nos comportamos más como dos hermanos que como una pareja.
- ¿Y habéis hablado?
- No. Creo que él se siente igual que yo, pero tiene demasiado miedo a lo que dirá la gente si suspendemos la boda.
- Habla con él. No puedes tirar siete años así como así.
- Lo sé.
Después de eso, no volví a mencionar el tema.
A la mañana siguiente, la carretera volvía a estar abierta al tráfico y el cielo estaba despejado. Con un poco de suerte, estaría en casa al anochecer.
- ¿Recuerdas todo lo que hablamos anoche?
- Sí – contestó.
- Olvídalo. No sé qué me pasó, pero lo he superado.
- ¿Seguro? Anoche parecías preocupada.
- Aún lo estoy, pero… Baxter es el hombre de mi vida y, aunque no esté segura, merece la pena arriesgarse, ¿no?
- No lo sé. No puedo aconsejarte en cuanto a eso. Creo que todavía no he tropezado con la mujer de mi vida, así que no sé lo que se siente. Hagas lo que hagas, espero que salga bien.
- ¡Mira qué eres buena persona!

Nos acercabamos al final del viaje y, a pesar de lo que acababa de decir, yo aún seguía dudando de mi decisión. ¡Ojalá hubiese tenido un par de días más! Cogí el libro que Mario había estado leyendo la noche anterior y me puse a echarle un vistazo. Tal vez así conseguiría distraerme un rato.
Al principio, no le presté mucha atención, pero ya había pasado más de una hora y media y seguía ensimismada.
- ¿Te gusta la fotografía?
- ¿Qué? –dije, sin terminar de oír su pregunta.
- El libro… No has dicho ni una sola palabra.
- Es realmente fascinante. Debe ser genial sumergirse y ver estas preciosidades en vivo y en directo.
- No siempre, pero sí es genial… Deberías probar.
- Primero debería aprender submarinismo.
- Ya sé cuál será mi regalo de bodas: un curso de submarinismo para ti y tu marido.
- ¿Baxter con traje de neopreno? Creo que no.
- Lo digo en serio. La primera parte de nuestro viaje es bastante tranquila… ¡Tú, piénsatelo, ¿vale?!
- No tienes por qué hacerlo.
- Lo sé, pero ahora somos amigos, ¿no?

No hay comentarios: