martes, 16 de septiembre de 2008

Primera Parte: Extraños

Diez minutos, tengo diez minutos para llegar a mi puerta de embarque. La cuarenta y dos, creo. Ni siquiera he tenido tiempo de consultar el panel. No tengo tiempo que perder mirando nada porque mi avión está a punto de despegar y yo no estoy a bordo. ¡No puedo perder ese maldito avión!... Algo se interpone en mi camino… No sé muy bien cómo pero al cabo de dos minutos estoy en el suelo, mi maleta se ha abierto y mi ropa está por todas partes. Delante de mí, tengo a un hombre sorprendido que me mira con la misma cara que yo a él. Ambos miramos el reloj, gritamos y nos levantamos para tratar de recoger aquel desastre. Ni siquiera estoy segura de que lo que hay en mi maleta sea realmente mío, pero me da igual.
Corró. Corró hacia la puerta de embarque, pero está cerrada. Lo he perdido . ¡He perdido el avión! ¡Mierda, mierda y mierda! Le doy un par de patadas a la maleta y, a la que hace tres, no soporta la presión y vuelve a vomitar su contenido por toda la terminal. Entonces, sin poderlo evitar, me siento en el suelo y me pongo a llorar.
Al cabo de unos minutos, alguien se acerca a mí. Sólo veo sus zapatos, brillantes y enormes.
- ¿Se encuentra bien? – me pregunta.
-No – contestó gimoteando- He perdido mi avión y voy a perderme…- dije mirando hacia arriba. Mi cara debió transfigurarse en el momento en que casi grité- ¡Usted!
- ¿Tu no eres… -comienza.
- Todo esto es culpa suya. Si no fuese por el aeropuerto como un loco, no me habría atropellado y no…
-¿Yo como un loco? – me interrumpe - ¿Cómo se atreve?
- Mire, será mejor que se vaya. No me apetece verle. ¡Larguese!
- ¡Maleducada! – me espetó- Sólo intentaba ser amable.
- Métase su amabilidad por… -No me dio tiempo a terminar porque ya se había marchado.
El tío se larga y allí estoy yo, en mitad del aeropuerto de Boston, con la ropa por los suelos y sin posibilidad de salir. Es veinte de diciembre y no creo que encontrar un billete para esta misma tarde vaya a ser fácil.
Recojo algo de ropa y la meto en la maleta. El resto la llevó en las manos y me arrastró hasta la zona de espera. Ya no llego. Trato de calmarme y arreglar mi equipaje.
Unos minutos más tarde, me acerco al mostrador e intento lo imposible: conseguir un nuevo billete.
- ¡Hola! Me gustaría comprar un billete para Maryland.
- Hay un vuelo a las once treinta, pero está completo y va con retraso.
- No, no… No lo entiende. Yo tenía que coger ese vuelo y lo he perdido.
- Va con retraso, ya se lo he dicho. Hay problemas en el aeropuerto de destino.
- ¿Me está diciendo que mi billete aún es válido?
- Si es un billete para el vuelo de Panamerics 7273 con destino Maryland que tiene prevista su salida en una hora, sí.
- ¡Oh, Dios! Gracias, muchas gracias. No sabe la alegría que acaba de darme.
Vuelvo a la sala de espera y, mientras aguardó el anuncio de mi vuelo, arregló la maldita maleta. No sé cómo ni qué estoy metiendo, pero lo importante es que consigo cerrarla. Una hora y media después, también consigo embarcar. Estoy en mi asiento y voy a llegar a tiempo a mi boda.
Pero mi vida nunca podría ser tan sencilla. Veo avanzar por el pasillo a la azafata. Presiento que con mi compañero de vuelo.
- 9F, señor – le indica.- Tome asiento y abrochese el cinturón.
- Gracias – le contesta.
Cuál no es mi sorpresa al comprobar que es ese tipo, el del atropello y los brillantes zapatos. Él me ha reconocido también. Acto seguido, se acerca de nuevo a la azafata.
- ¡Genial! ¡Usted otra vez! –exclamó.
- ¿Se conocen? – nos pregunta la azafata.
- No sería posible cambiar de asiento –le pide.
- Lo siento, señor. El vuelo está completo. Si necesitan algo…
Se sentó a mi lado y, durante los primeros quince minutos, estuvimos en silencio. Despegamos y, ya en pleno vuelo, le pregunta a la azafata si podría conectar su portátil. Yo me quedé dormida. Cuando llega la cena, él me despierta. Tenía una mirada extraña en la cara.
- ¿Le pasa algo? – pregunto malhumorada.
- No, nada… Ha estado hablando en sueños, ¿sabe?
- ¿Qué he dicho? – insisto temiendo lo peor.
- Pues, no me he enterado muy bien, algo sobre llegar tarde a algun sitio… Pero no me haga mucho caso porque…
- Lamento haberme comportado así en la terminal –me obligo a decir- No suelo ser desagradable, pero es que no me pilla en mi mejor día .
- No se disculpe. No es necesario.
- Sí que lo es. Ha querido cambiar de asiento sólo por no verme. Normalmente no causo ese efecto en las personas.
- Es sólo porque usted reaccionó antes como si yo fuese el anticristo.
- Que yo… Será mejor que no intentemos mejorar nada porque acabaremos empeorando la situación.
- Es la primera vez que estoy de acuerdo con algo de lo que dice.

Eso fue lo que hicimos. Comportarnos civicamente como dos perfectos extraños. Nos soportaríamos mutuamente durante el vuelo . Todo sería cuestión de unas horas… O al menos eso creíamos.
Sin embargo, el piloto tenía noticias para nosotros. El vuelo se desviaba a otro aeropuerto debido a la niebla.
- No puede ser –dije.
- Señores pasajeros, la compañía los alojará en un hotel durante esta noche y mañana por la mañana les proporcionará un vehículo para desplazarse hasta el aeropuerto si así lo desean.
Ya no pude seguir escuchando. Lo único que me importaba era llegar a Maryland. Tan pronto aterrizamos, me dirigí hacia la oficina de alquiler de coches. Era una tremenda estupidez esperar encontrar un coche de alquiler en semejantes circunstancias, pero estaba desesperada… Así que lo intenté.
- Oiga, que no me importa el vehículo, pero tengo que conseguir algo…
- Señora , ya le he dicho que no nos queda nada. Le sugiero que se acerque al mostrador de su línea aérea si no quiere quedarse también sin plaza de hotel.
¿Qué era ese tío? ¿Un guru? Lo malo es que acertó. Ya había repartido las habitaciones disponibles. No había nada que hacer. La compañía había acomodado en la sala VIP al resto de pasajeros que decidieron no aceptar el hotel. Estaba derrotada. Ya habían conseguido hundirme. Fui a recoger mi equipaje y, mientras observaba hipnotizada el lento discurrir de la cinta transportadora, mi compañero de vuelo se acercó.
- ¡Hola!
- No tengo paciencia para nada, se lo advierto –dije a modo de saludo.
- Me imagino. Sólo quería darle esto – dijo, entregándome una tarjeta roja.
- ¿Qué es?
- Su llave para la habitación del hotel. Pensé que iría corriendo a alquilar un coche y…
- ¿Cómo ha…
- Sólo había que dar el número de vuelo y de asiento. Además, la azafata nos recordaba.
- No creo que eso sea buena señal, ¿verdad? – dije, tratando de ser amable- Gracias. Después de cómo me he portado…
- No volvamos a ese tema, por favor. Yo también me pongo muy nervioso cuando vuelo.
- De todas forma, gracias.
- De nada.
Nos subimos al autobus que nos llevaba al hotel en lugares separados. Tampoco era cuestión de tentar a la suerte. Una vez en el hotel, y tras una buena ducha, me sentía otra persona. Estaba más tranquila. Me arreglé y bajé a cenar al restaurante del hotel. Todo mi vuelo estaba allí. Incluido el señor 9F. Nos saludamos con una ligera inclinación de cabeza y casi estuve a punto de pedirle que compartieramos la mesa porque odio cenar sola… Sin tener en cuenta que si ahora estaba cenando era gracias a él. En el último momento decidí no hacerlo.
Nunca me arrepentiré lo suficiente de aquella decisión porque me sentaron con una señora bastante entrada en kilos que no dejaba de preguntarme si iba a terminarme mi plato, además de ponerme al día de todos los pormenores de la boda de su nieta Merry y no sé cuántos eventos familiares más. La noche fue una auténtica pesadilla.
Subí a mi habitación y cuando caminaba por el pasillo me encontré con 9F de nuevo.
-¿Qué tal su cena?
- No pregunte. Apenas he comido. Mi compañera no dejaba de sorberse la nariz.
-¿Le apetece un último café?
- Tengo… Tengo que hacer una llamada urgente –dije, tratando de que no sonará a excusa.
- ¿A la una de la mañana?
- Es por el cambio de horario, pero le debo un café.
- De acuerdo. Buenas noches.
- Buenas noches.

Había sonado a excusa aunque no lo fuese. Entré en la habitación y me puse el pijama. Una vez estuve metida en la cama, marqué el número y al tercer toque, descolgaron.
- Cariño…
- ¿Eres tú?
- Han desviado el vuelo a Denver.
- ¿Denver, Colorado?
- ¿Conoces otro? – bromeé.
- Espero que llegues a tiempo – me dijo. Por su tono de voz, la broma no había surtido efecto.
- Quedan ocho días. Mañana, si todo va bien, estaré ahí y tendrás el resto de la semana para reñirme todo lo que quieras.
- No te riño, cielo, pero te advertí que diez días no eran suficientes. Son unas fechas un poco complicadas para los aeropuertos.
- He consultado la previsión del tiempo –informé- y está despejado.
- ¿Seguro?
- Seguro.
- Espero que no me dejes plantado.
- Jamás se me ocurriría.
- Hasta mañana, cielo. – y colgó.

No consulté el parte meteorológico, pero ¿qué podía decir? No me sentía con fuerzas para discutir con él antes de admitir que tenía razón, que no debí viajar tan tarde… Ya bastante castigo era tener que aceptarlo.
Como no podía ser de otra manera, me quedé dormida. Eran las once treinta y cinco y teníamos que estar en la recepción del hotel en diez minutos. Eso quería decir que no tenía más que diez minutos para vestirme y recogerlo todo. No había tiempo que perder.
Doce minutos después, alguien llamó a mi puerta y sonó una voz que empezaba a resultarme familiar.
- Señorita, ¿sigue ahí?
- Sí –grité.- Me he quedado dormida.
Abrí la puerta y ví su cara.
- ¿Qué? –pregunté.
- Debería demandar a su estilista.
- Sí, sí… Ya lo sé, pero en este momento no puedo preocuparme por mi aspecto.
- Ya veo que lo dice en serio –dijo, echándome una última mirada- ¿La ayudo?
- Pensé que nunca lo diría.

Con su ayuda, llegamos a tiempo. Todo el mundo estaba ya en el autobus. Nos miraban como si fuesemos un par de locos. ¡No he pasado más vergüenza en toda mi vida!
En el aeropuerto nos esperaban nuevas noticias. El gobierno había cerrado los aeropuertos cercanos porque había un aviso de tormenta, y no una cualquiera, sino una de dimensiones épicas, según nuestro capitán. Incluso si los aeropuertos hubiesen estado abiertos, ninguna compañía daba seguridad en cuanto a la salida de sus vuelos.
Esto era ya una conjura climatológica para que yo no llegase a tiempo a mi boda. ¡Maldita sea! Mi futuro marido había elegido precisamente esta ocasión para tener razón durante nuestra larga relación… Estaba acabada. Si no cogía hoy ese avión no llegaría a tiempo. Si la tormenta estallaba, iba a ser mucho más difícil salir de allí.
- ¡Ya no puedo más! –dije.- ¡Me rindo! ¡Has ganado!
La gente me miraba. Debían suponer que acababan de soltarme de algún manicomio cercano. Me senté en la sala de espera y, tras unos minutos intentando contenerme, me eché a llora.
- No voy a llegar a tiempo y esto será el final. Se acabó. La he vuelto a jorobar.
- ¿De qué habla? –me preguntó 9F, recordándome su presencia,.
- Que ya es tarde.
- ¿Tarde?
- ¡Déjelo! No hay vuelta de hoja.
- Espere aquí un segundo.

No sé dónde creía que podía ir. Tardó algo más de veinte minutos en volver y parecía bastante alterado.
- Bien, me he informado. Todos los aeropuertos y estaciones de tren están cerrados hasta nuevo aviso y no creo que eso ocurra pronto.
- ¿Trata de animarme?
- No he terminado –replicó.
- Lo siento.
- Los aeropuertos están cerrados, pero las carreteras no. He estado hablando con el de alquiler de coches y me ha mostrado una ruta de…

Me contó toda una historia acerca de cómo llegar a nuestro destino final. Al principio, la idea me pareció un tanto descabellada: Irme a cruzar el país con un tipoo que no conocía en absoluto, y con el que no me llevaba del todo bien , era una locura… Pero, según pasaban las horas sin que tuviesemos noticias, creí que aquella locura era la única salida. Y tras una nueva llamada a casa, me decidí.
- De acuerdo.
- ¿De acuerdo qué? –dijo sin tener mucha idea de lo que hablaba.
- Lo del coche y su loco plan de carreteras. Necesito llegar a tiempo a casa, así que…

Nos pusimos en marcha. Alquilamos un coche y tomamos la carretera bajo el amenazante cielo gris plomizo. Según habíamos oído en la radio, se esperaban fuertes vientos, pero el agua aún tardaría en llegar. Con un poco de suerte, no nos alcanzaría.
- Le he dicho que me han retirado el carnet.
- No. ¿Por qué?
- Soy demasiado entusiasta de la velocidad.
- ¡No me extraña! –dijo, para mi sorpresa.
- No es que esté interesada, pero… ¿por qué?
- Desde que la conozco, y de eso hace apenas 28 horas, anda con prisas.
- Es que ya no llego. Tendría que ocurrir un milagro para que yo estuviese a tiempo.
- ¡Ve lo que le digo! Parece ese conejo blanco de Alicia en el País de las Maravillas… No se preocupe- me tranquilizó, sonriendo.- Sea lo que sea lo que tiene que hacer, le prometo que haré todo lo posible para que llegue a tiempo.

Al terminar la jornada habíamos recorrido más de trescientos kilómetros y sólo paramos a tomar un café. Encontramos un hotel decente para pasar la noche.
- Su habitación, la 609.
- Gracias –contesté.
- Yo estoy en el otro pasillo, en la 612.
- Necesito una ducha con urgencia.
- Yo también. Nos encontramos aquí en, digamos, cuarenta minutos y nos vamos a cenar.
- De acuerdo –dije.

Antes de meterme en la ducha, llamé a casa. Se me olvidó calcular la diferencia horaria. Eran las dos de la madrugada y lo recordé justo cuando oí la voz soñolienta de mi prometido al otro lado de la línea.
- ¿Quién demonios es? –gruñó.
- Lo siento, cariño –me disculpé.- Olvide la diferencia horaria.
- No, disculpame tú. Es que no duermo bien ultimamente y…
- Tengo buenas noticias –le interrumpí.- Ya estoy trescientos kilómetros más cerca de ti.
- ¿Ha salido tu avión con este tiempo?
- No. Voy por carretera y, si el tiempo no me traiciona, estaré ahí en unos días.
- Pero si no puedes conducir…
- Y no lo hago. No quisiera pasar mi noche de bodas en la cárcel.
- ¿Traes chófer?
- Más o menos… Lo importante es que estaré a tiempo.

Nos despedimos y yo tenía la sensación de que había algo que no me había contado. Me metí en la ducha y me preparé para salir a cenar. Era la primera vez que me sentía como una persona desde que este infernal viaje comenzó. Ponerme mis vaqueros y mi jersey favorito tras una verdadera ducha era el mejor regalo que se me podía ocurrir en estos momentos. Ya llegaba un poco tarde así que cogí mi chaqueta y salí pitando una vez más.
- Siento el retraso –me disculpé al llegar.
- Yo acabo de llegar también.
- ¿Nos vamos?
- He preguntado al dueño y me ha recomendado un sitio donde sirven una pasta exquisita.
- Estoy tan hambrienta que me comería un caballo.

Aquella noche comí como no lo había hecho nunca. Ni siquiera delante de mi prometido. Él apenas podía concibir que zampase de ese modo y mi madre habría muerto del susto al saber que me había pedido dos platos de pasta con salsa y… Prefiero no pensar en ello o el sentimiento de culpa no me dejará disfrutar del riquísimo helado de chocolate que hay de postre. Espero que aún me sirva el vestido.
- Ya veo que nos ha encantado la cena –dijo cuando nos tomabamos el café.
- Sí, pero por su cara, diría que a mí me ha encantado mucho más.
Pedimos la cuenta y yo sugerí que pagasemos cada uno su parte, pero él se negó. A continuación, el camarero nos dio algo.
- Esto son un par de invitaciones para el salón de baile que hay un par de calles más abajo. La casa los invitará a lo que tomen.
- Gracias –contestó.

Nos montamos en el coche y me sorprendí a mi misma pensando que tal vez podríamos ir a ese sitio a tomarnos algo. Una buena ducha, una cena tranquila y un poco de música… Pero suponía que no habría posibilidad de que él lo sugiriera y yo no iba a hacerlo.
- ¿Te apetecería ir a bailar? –me preguntó.
- Yo no bailo – contesté para mi propia sorpresa.
- No es obligatorio. Podemos tomar algo y después volver al hotel.
- Es muy tarde, ¿no?
- Las once. No tardaremos mucho. Mañana será un día muy largo. Un poco de diversión no nos matará. Te prometo que no te divertirás mucho.

No dije nada, pero sonreí ante aquella promesa. No comprendía por qué estaba poniendo tantas pegas cuando hace unos minutos se me había ocurrido lo mismo.
- De acuerdo –dije.- Una copa y volvemos.
Fuimos a bailar y estuvimos hasta las tres y media. No quería pensar mucho en ello… Pero la noche aún nos deparaba alguna que otra sorpresa. Cuando íbamos a coger el coche, no arrancaba.
- Creo que está un poco frío – nos dijo el guardia de la puerta.- Si lo dejan aquí, mañana a primera hora Joe puede mirárselo.
- Mañana es domingo – le recordó 9F.- ¿Está seguro de que su amigo Joe querrá mirarlo?
- No se preocupe.
- Muchas gracias – le contestó.

Se ofrecieron a llevarnos, pero el hotel no estaba muy lejos y no queríamos seguir molestando, así que decidimos volver a pie. Diez minutos más tarde, me arrepentía de haber declinado la oferta porque me estaba helando de frío. Apenas había pensado eso, 9F se quitó la chaqueta y la puso sobre mis hombros. En un primer momento la rechacé.
- ¡No sea tonta! – me dijo en tono paternal.- Está helada.
- Gracias.
- Ha sido divertido, ¿verdad? –comentó, intentando romper un silencio que empezaba a resultar incómodo.
- Sí. Me pregunto si… -me interrumpí.
- ¿Qué?
- Nada… Una tontería.
- ¡Oh, vamos! Ahora tiene que decírmelo.
- Me pregunto si esto podría considerarse como mi despedida de soltera, ya que, tal y como están las cosas, es probable que no llegue a la mía.
- ¿Se casa?
- El próximo sábado.
- ¡Enhorabuena! No lo sabía… En realidad, no hemos hablado mucho.
- Nos hemos concentrado en comer y bailar –dije, sonriendo al recordarlo.
- Ya va siendo hora de que nos presentemos –dijo, parándose para ofrecerme su mano.- Yo soy Mario.
- Mi nombre es Dylan.
- ¿Dylan? ¡Curioso nombre para una chica!

Habíamos llegado al hotel. Entré en mi habitación y nunca antes me alegré tanto de ver una cama que no fuese la mía.

1 comentario:

NuriaR84 dijo...

¿Otra historia? ¡Estás que te sales guapa! Anda que no han pasado cosas juntos la novia y el señor 9F en poco tiempo, todo el rato apegados, ¡y no se presentan hasta el final, jaja! Típica película americana, tá guay, jeje. ¿Él no será algún pariente o amigo del prometido, verdad? Porque es mucha casualidad que vaya en la misma dirección... Lo que no sé si Dylan llegará a casarse, no sé no sé... Para mí que todos esos días que pasará con Mario atravesando el país harán mella en ella.

Besotes, Nuria.